Asento

Es típico que el español peninsular imite el acento de los españoles hispanoamericanos, aunque su conocimiento se limite a tres: el mexicano, el cubano y el argentino. Justamente, este último era el que mejor le salía. A ella no le gustaba el mexicano, y el cubano, él lo hacía realmente mal. Durante un trayecto en coche, de vuelta a casa, le pidió que le hablara en rioplatense. Le encantó.

Cuando hicieron el viaje de semana santa, en el tren, le pidió que le leyera a Cortázar, evitando las erres francesas originales. Se sentía más y más enamorada de aquel acento y cada vez sus demandas eran mayores, sus necesidades más urgentes. Un día, le pidió que le susurrara al oído mientras hacían el amor. Él, perdido en la excitación, acató sumiso mientras empujaba. Y la escena se repitió, y se repitió.

Un día, él se dio cuenta de que sólo hablaba en argentino y que si hacía algún intento por hablar en su acento original, ella le reprendía “No, pará, lo hases realmente fatal” y él se callaba, dolido en el orgullo, cebaba un mate y dejaba vagar su vista por la insondable llanura de la Pampa, soñando que tal vez, algún día, dejaría de sentirse como un extraño dentro de su propio cuerpo.

1 comentario

Arturo dijo...

Sí, el acento marca mucho tu identidad... Dice de donde eres y en ocasiones hasta por donde has pasado; soy el vivo ejemplo de ello y me gusta serlo.