La muerte no da risa

Era tarde. El desvelo que le acometía cada noche y le obligaba a ir al lavabo le impedía dormir profundamente. De nuevo en la cama, se dio cuenta que había dejado la lámpara del pasillo encendida. Se giró sobre su lado izquierdo y vio su cuerpo junto a él. La luz agridulce le daba una apariencia tan dulce e indefensa que le hizo sonreír. Le pasó la mano por el pelo y luego le dio un beso lo más suave que pudo.

Entonces, los dos tan cerca, pudo sentirlo. No respiraba. Dijo su nombre una, dos, tres veces, pero no respondió. Se quedó paralizado unos segundos sin saber qué hacer. Notó que empezaba a ahogarse. Se levantó de la cama y corrió otra vez al servicio. Abrió el botiquín y estuvo rebuscando entre las medicinas hasta que la encontró allí escondida. Se la puso en la nariz y empezó a respirar lo más pausadamente que pudo. Se quedó mirando lo impoluto y blanco que estaba el lavamanos, buscando una especie de respuesta o antídoto.

Cuando se sintió mejor, se dirigió de nuevo a la habitación donde el cuerpo seguía iluminado por la luz mostaza del pasillo, como para asegurarse de que todo aquello estaba sucediendo realmente antes de llamar a la ambulancia. Cruzó el corredor por tercera vez hasta las escaleras. Con los nervios, las piernas le flaquearon en el primer peldaño y tuvo que aferrarse al pasamanos para no caer.

Llamó al hospital desde el teléfono del vestíbulo. El telefonista no mostró mucho tacto, dio la impresión que le habría una cuenta en un banco. Al colgar el auricular, se quedó con los ojos quietos sobre la superficie de mármol del mueble, resiguiendo las vetas, esperando algo. Empezó a ahogarse de nuevo. Se miró al espejo donde tantas veces ambos habían confirmado que iban radiantes para la ocasión y se vio más pálido y débil que nunca.

Su piel estaba blanca como una hoja de papel y la lágrima negra de su ojo derecho parecía crecer, parecía desprenderse, arrancarse de la piel. No podía seguir mirando, le faltaba el aire. Puso la barbilla contra el pecho y se cogió la nariz. El tacto de la gomaespuma le tranquilizaba. Fue entonces que vio cómo iba vestido y recordó la voz impersonal del telefonista. Creyó oír sirenas de fondo y corrió a cambiarse. En el último peldaño, las piernas le volvieron a fallar y se derrumbó.

Media hora después, cuando la policía consiguió abrir la puerta y las luces rojas y azules y naranjas iluminaban la fachada del caserón, cuando hacía ya rato que los camilleros estaban preparados en mitad de aquella calle opulenta, cuando algunos vecinos ya habían advertido que sucedía algo raro en la residencia que más de uno recelaba y cuando algunos criados habían salido somnolientos en sus pijamas a preguntar cuál era el problema, los agentes entraron y lo descubrieron todo, y apenas pudieron dar crédito a lo que vieron.

En el enorme recibidor, el primero de ellos estuvo a punto de caer de espaldas tras pisar una especie de bola negra de gomaespuma que no acertó a reconocer qué era. Al levantar la mirada vio, a los pies de la escalinata, junto al cuerpo de una estatua de alabastro decapitada, la mueca retorcida y terrorífica de un hombre maquillado y parcialmente vestido de arlequín que parecía saludarlos con su brazo desnudo. En el piso superior, inconcebiblemente, un caballo muerto yacía sobre la cama de matrimonio.

4 comentarios

Anónimo dijo...

Leer este texto oyendo Magia de Iván Ferreiro.

Magia que se posaba en nuestras manos
magia volando sobre los tejados
magia que nos juramos
que duraría para siempre
magia que nunca engaña pero miente
magia de las palabras a los hechos
magia hasta quedarnos sin aliento
bendita magia.

Magia para evitar lo inevitable
magia para olvidar lo fácil
que se olvida como por arte de magia
y hubo magia
que borró todas las pisadas
magia dolía mucho y no fue nada
magia que todo acaba
y ahora te empiezo a echar de menos.

Magia que salió
como una paloma de algún sombrero
magia que volverá para salvarnos
magia en otros cuerpos y otras manos
magia de equivocarnos
y nadie quiso hacerse daño
magia sin un gramo de maldad
magia... magia...
y nadie quiso hacerse daño
y nadie quiso hacerse daño
yo nunca quise hacerte daño

Madame Blavatsky dijo...

Esto es rollo "El público" o sólo me lo parece a mí? (by the way, tienes que leer "Así que pasen cinco años", si no lo has hecho ya a estas alturas, Alturas). Perdón por lo pedantesco. Tenías que usar el rollo clown?? a muy mal rollo. supongo que esa era tu idea...

.) (--->smiley tuerto, cual arlequín con el ojo cerrado)

hatsue-san dijo...

XDDDD

Yo ya lo había leído, y me hizo mucha gracia. Qué queires decir con que es rollo "el público"?? Es que acaso escriben relatos cortos en el periódico??? Y de quién es el libro (o cuento, o ensayo) que publicitas??

Madame Blavatsky dijo...

perdón, mi querida profana ;)

Es una obra de teatro super vanguardista, de Lorca, pregúntale, pregúntale a tu esposo, que la presentó en una signatura con voz de locutor de radio, como dice Marc.. qué tiempos aquellos... en su último año por cierto.