Anton Chigurh

Un hombre de ojos saltones se acerca al mostrador.

–Hola.
–Hola, buenos días. ¿En qué puedo ayudarle?
–¿Tenéis este libro? –enseña el título escrito en un papel. El librero lo comprueba en la base de datos.
–No, lo siento, ahora mismo no lo tenemos.

El hombre se queda callado, mirando al dependiente fijamente con sus ojos enormes.

–¿Cómo que no lo tenéis? -pregunta, hablando muy quedamente, con tranquilidad y cachaza. No da la impresión de cansancio sino de incredulidad y de sentirse estafado. A pesar de la aparente educación con que formula la cuestión, el librero ya percibe que algo extraño va a pasar.
–No, ahora mismo no tenemos existencias. Lo acabo de consultar y, desgraciadamente, no quedan ejemplares en ninguna tienda.
–Lo he mirado en la página web y pone que sí que lo tenéis   –«El problema de siempre» piensa el librero.
–Sí, le pido disculpas pero la página web es una tienda online aparte. Ya me he quejado de que vienen muchos clientes confundidos, que deberían poner algún texto informando de que el stock que indica la web no es el de las tiendas "físicas" [a mí no me preguntéis, las llaman así :P].

Se queda callado, mirando al vendedor, como si estuviera asimilando la información, como si estuviera tragando mentalmente un afilado y desproporcionado hueso que estuviera a punto de desgarrarle una posible traquea cerebral.

–Eso quiere decir que sólo se puede conseguir a través de internet...
–No, no. Es como cuando en esta tienda no tenemos un libro porque lo hemos vendido y, en cambio, todavía quedaran ejemplares en la de, por ejemplo, el centro. La tienda online es una tienda aparte, tiene su propio stock, con la diferencia de que vende a través de internet.

Ladea la cabeza ligeramente, dándole vueltas, dándole vueltas, sin apartar esos dos glóbulos oculares como globos terráqueos. Finalmente, dice articulando con parsimonia:

–Entonces, ¿queda algún libro en la del centro?
–No, ya le he comentado que se lo he mirado y que no lo tenemos en ninguna tienda. Si lo desea se lo puedo pedir a la editorial. Lo traerían en un plazo de... –no puede acabar la frase porque el cliente le corta.

Sus córneas parecen cada vez más desquiciadas, más penetrantes. Suelta inesperadamente, con displicencia, con una desquiciante pero calmosa indignación:

–¿Cómo que se lo vas a pedir a la editorial? No creo que, porque se lo pidas tú, vayan a hacer una edición para ti solo –y tras soltar esto se vuelve a quedar escrutando al dependiente con ojos de sapo.

Al librero le entra un tic facial. Se miran fijamente el uno al otro. ¿Lo manda a la mierda? Llega a pensar que es una broma de cámara oculta. Las cámaras están instaladas en las pupilas del hombre que tiene enfrente.

–Eeh... no, pero las editoriales tienen proveedores que guardan el stock de las tiradas que se imprimen y lo distribuyen a medida que se va agotando en las tiendas y estas lo demandan.

Se queda mirando (siempre, siempre). No contesta nada. Aparta la vista, por fin, y se aleja, sin despedirse.

El librero sólo reza para que, cuando el tipo llegue a su casa, tropiece con tan mala suerte que le salten de las órbitas y los aplaste nada más caer encima.

2 comentarios

aningunsitioperoquesealejos dijo...

Iba a titularlo "Ojo con los clientes", pero lo cambié porque me acordé de esta escena:
http://www.youtube.com/watch?v=fOMcEzlygNA
Los subtítulos son bastante fallutos. :P.

Anónimo dijo...

vaya, yo pensaba que al final era que el hombre había escrito mal Anton chejov, qué cosas! jajajja

Madame