The act of killing de Joshua Oppenheimer


The act of killing es acojonante. Sin ser un experto en Werner Herzog (pues únicame he visto Grizzly Man y La cueva de los sueños olvidados), debo confesar que este documental del tejano Joshua Oppenheimer me ha parecido igual de bueno. No me extraña que el alemán lo haya producido.

Oppenheimer, al igual que Herzog, mira a través de un "objetivo crítico". El director se distancia, no juzga, pero consigue mostrarnos las grandes contradicciones de la existencia y del comportamiento humano. En The act of killing tenemos a los verdugos de la purga anticomunista de Indonesia de 1965 participando en un rodaje que persigue mostrar cómo llevaron a cabo sus asesinatos.

El documental está repleto de ironía y de momentos surrealistas, puro esperpento valleinclanesco: un tipo con camisa hawaiiana un día soleado explicando como estrangulaba a un prisionero, otro explicando cómo conseguía sumirlos en el terror más profundo vestido de mujer, otro con sombrero vaquero deseando que se haga la versión de una de sus torturas como si se tratase de un western,...

La única diferencia con Herzog es que aquí no tenemos la voz en off del director alemán hablando con su habitual (e hilarante) parsimonia. Cualquier otro documento de este tipo hubiera puesto el foco en detallar el histórico derramamiento de sangre durante el genocidio indonesio, o hubiera intentado mostrarnos la maldad del alma humana de la manera más gore posible, o hubiera buscado aleccionarnos moralmente, o hacernos sentir culpables o misericordiosos.

A diferencia de trabajos como The Cove o La pesadilla de Darwin o The Corportation, que buscan la conmoción del espectador, quien se queda en shock después de verlos pero que, luego, sale raudo a correr un telón para distanciarse del horror, Oppenheimer y Herzog te hacen reír y ver cuán ridículo y fascinante e intrigante es el suceso que tratan. No puedes dejar de repasarlo y de volver a plantearte preguntas.

Hay un ejercicio metacinematográfico brutal, pues es a través de la supuesta película que los torturados se desinhiben, que son capaces de hablar de ello. Uno de ellos cogió ideas para sus torturas de las películas de gángster y su ídolo es Al Pacino. ¿Cuánta culpa tiene el cine? No les importa explicar que son asesinos porque se saben intocables y porque, al igual que un tronista de Mujeres y hombres y viceversa, anhelan la fama.

En su visión oriental, desligada de nuestra culpa cristiana, se revala la aberración occidental, ese retrato deformado e hipócrita. Ellos buscan imitar el resplandor dorado de nuestra civilización y lo que consiguen, bajo el objetivo diseccionador del cineasta, es mostrarnos nuestras tiendas de Vendo Oro y nuestra miseria absoluta.

Son dos horas y media. Hay opiniones divididas acerca de si el metraje es excesivo. Personalmente, yo me quedo con la cinta entera. Estoy convencido de que es imposible que a ningún occidental le resulte indiferente.

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