La ofensa de Ricardo Menéndez Salmón


La cubierta de este libro la tengo siempre muy presente. Cuando trabajaba en la librería, casi siempre me topaba con él, fuera en una mesa expuesto, fuera buscando en la estantería. La foto es realmente intrigante, con una gran fuerza visual. Se trata de un prisionero de guerra nazi que se cubre el rostro al ver que intentan fotografiarlo*.

La ofensa es una novela corta de menos de 150 páginas cuyo título me produce una fascinación similar a la imagen. El libro narra la singular experiencia del soldado alemán Kurt Crüwell, personaje ficticio, durante la Segunda Guerra Mundial. Está divido en tres partes con 28 capítulos tan breves que es imposible dejar de pasar las páginas.

La prosa de Menéndez Salmón es precisa como un bisturí pero sus cortes son sorprendentemente largos. Disecciona el relato en oraciones que ocupan párrafos enteros. No es una escritura barroca. A través de subordinadas y apostillas, busca dejar meridianamente claro lo que está describiendo o contando**. El lector no se pierde en meandros de figuras retóricas pero queda fascinado por la contundencia de las frases.

Si tengo que ponerle algún pero serían dos. Uno sería la enfermedad de uno de los personajes que, si bien es original, no resulta creíble porque no está bien construida. En literatura, no se necesita veracidad pero sí verosimilud, y eso se consigue con el modo en que se enfoca el tema. Considero que el autor fracasa en su intento.

Si el primero puedo pasarlo por alto, el segundo me ha entorpecido puntualmente la lectura. El autor indica siempre el rango militar de cada personaje, detalle sin importancia de no ser porque se tratan de palabras kilométricas en alemán. ¿Cómo narices se lee "Hauptsturmführer"? Cuando se juntan más de una en pocas líneas es desesperante.
Nadie, pues, dirigió a Lasalle para reclamar al Rottenführer Crüwell. Ninguna instancia partió de la mesa del Hauptsturmführer Schussel para repatriar al enfermo.
Entiendo que se busca ambientar mejor la trama introduciendo términos germánicos, pero no se puede llegar al extremo de obstaculizar al lector. Se llega al paroxismo cuando la última frase de la novela, reveladora, es en alemán. El coitus interruptus que sufrí fue demoledor y doy gracias a que existen los diccionarios online; si no, todavía estaría en la playa con cara de gilipollas.

Aparte de esto, y pese al sabor amargo que hayan podido dejar mis dos objeciones, es una historia redonda, sin grandes pretensiones, cuya prosa he disfrutado muchísimo. La recomiendo. Sin duda, leeré Derrumbe y El corrector, dos novelas posteriores que, pese a ser todas autoconclusivas, conforman una trilogía temática acerca de la maldad humana.

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* Fue realizada por el Sargento Bill Augustine. Para más información, se puede consultar 1 y 2.
** Creo que aquí se evidencia la formación en Filosofía del escritor. De las asignaturas sueltas que escogí de dicha carrera en la universidad, recuerdo la meticulosidad con que se definía y acotaba cada término en los textos. Las frases resultantes eran, en consecuencia, exageradamente largas y sintácticamente densas. A menudo, debía volver más de una vez sobre el mismo renglón a fin de entender el sentido de la oración. Afortunadamente, en literatura uno no se ve obligado a circunscribir el significado exacto de cada palabra y puede relajarse y disfrutar de la mayor laxitud que concede el lenguaje poético.

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