Democracia de Pablo Gutiérrez se merece una buena Dictadura


Democracia es otro de los libros que la crítica ponía por las nubes y que me ha resultado insufrible en extremo. En la contracubierta, se puede leer: "Con esta novela incendiaria, Pablo Gutiérrez se consolida como una de las voces más personales de la narrativa española, con una escritura radical, brillante y transgresora". ¡Buf!

Recuerdo Nocilla Dream de Agustín Fernández Mallo. Era un libro experimental que no acabó de convencerme, pero puedo mirar el proyecto artístico de este autor sin que me parezca un despropósito. Con Pablo Gutiérrez, en cambio, me es imposible. Se aleja de la escritura convencional para buscar algo más y regresa cargado con enormes fajos de paja trillada.

¿Acaso alguien realmente cree (él, o la crítica juntaletras a sueldo) que está aportando algo nuevo y no vomitando lo que se conoce desde hace más de un siglo? En España, todo lo que no sea escritura realista es un gran hallazgo. Su prosa parece más un revoltillo de las lecturas que le fascinaron que no la disección habilidosa de un tema.

Cada una de sus páginas es intensa como la escritura de un adolescente que batalla por poner el máximo número de fuegos artificiales en cada una de sus frases. Si detrás de sus bonitas luces se vislumbra el universo, el vacío o un fondo negro de cartón con agujeros de punzón, poco le importa. Un chaval sólo quiere experimentar, no analizar.

Pero Pablo Gutiérrez nació en el 78, y leer Democracia, un intento de análisis sobre cómo se tejió la crisis actual, es como escuchar a un homeópata hablar de física cuántica. Su afán poético agrava tanto el resultado final que llega a proponer combatir el fraude con versos. No sólo suena fantasioso. Suena irreal, ingenuo, superficial, parte del problema.
«Mucho después, al rechazar la literatura y la abogacía y elegir finanzas, Georges [Soros] acariciaría de nuevo la sensación de desvelar el enigma (...) ah, George, pequeño tramposo, qué habría sido de ti si te hubieras dedicado a la literatura, cuántos novelones de éxito llevarían tu nombre (...) sólo tú sabrías que dentro de ellos se guardan las joyas, el oro, las divisas. El resto es apenas envoltorio.» (p.139)
La incesante voz narrativa que no deja espacio para que el lector recupere el resuello es una voz que cree saber lo que es el mundo porque visita cada día la Wikipedia. No hablamos sólo de macroeconomía. Su acercamiento a las mujeres es tan mojigato como cuando Trueba se creó un alter ego en Blitz para cumplir su fantasía de acostarse con una abuela y que le pagaran por ello.
«Luisa besó a Marco después de las ecuaciones de segundo grado. Se arrepintió enseguida pero también sintió un calor muy intenso y húmedo entre las piernas, bosquecillo ecuatorial.» (p.130)
¿"Bosquecillo ecuatorial"? ¿En qué momento eso sonó bien en su cabeza? Luego está su obsesión por nombres molones que no cesa de repetir. ¿Conocéis la canción de Surfin Bird de The Trashmen? Pues Marco is the word. Su madre fue bautizada Clotilda pero la conocen como Cloe, el director es "llamado Gonzalo en la oficina y Talo fuera de ella" y Lehman Brothers se abrevia Leh-Bro.

No ha habido nada que no me haya resultado irritante. Lo he leído en diagonal como Sortir a robar cavalls y, a diferencia de la novela noruega con la que tenía que volver atrás para no perderme del todo, aquí he saltado de párrafo en párrafo agarrando sólo la primera palabra, y no me ha hecho falta más. Es puro relleno, y más malo que el de un Tigretón.

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