Desencanto, el desencantador Juego de Tronos de Matt Groening


Desencanto no se parece a Los Simpson ni a Futurama ya desde los créditos. Cada episodio tiene un inicio distinto con ilustraciones que pasan como diapositivas, un ritmo muy alejado de las frenéticas oberturas de las otras dos series. Ya sin ese chute energizante, uno entra de otra manera a los episodios que, desde el tercero, empiezan a perder fuelle.

Y es que a Netflix le gusta más el drama que al Barça la posesión del balón, y regatea la más mínima sonrisa para colártela por la escuadra. The ranch, una serie regulera de paletos con humor al estilo Dos hombre y medio, la han convertido en su última temporada en un dramón inaguantable: ya hemos tenido muertes, abortos, divorcios,... ¡una fiesta!

Aunque Netflix es la productora y tiene los derechos, con Desencanto ha puesto el microondas al tope y no la ha dejado cocinarse, ni siquiera descongerlarse, convenientemente. Tenemos un universo de fantasía medieval por explorar y unos personajes que prometen, pero apenas se presentan ya estamos hincándole el diente. Y todo está crudo.

Bean, la princesa alcohólica; Elfo, el elfo ingenuo; Luci, el demonio cabroncete; Zøg, el rey inútil y  cascarrabias, casado con Oona, una mujer tritón; un hada vieja que se prostituye con pájaros; gnomos con muy mala leche; un caballo que ríe; a mí, el elenco, me encanta. Incluso las bromas crueles con las miserias de la dura vida medieval me parecen muy divertidas.

Sin embargo, lo que pintaba bien empieza a descascarillarse cuando insisten en las penurias de la protagonista adolescente. Y es que su padre no la deja ser feliz. ¡Oh, vaya! ¿Nos vamos de aventuras o, como subtitulan en el póster promocional, "desventuras [que] no pueden esperar"? Vista la temporada puedo asegurar que ni son tan urgentes ni tan alocadas como las vendían en el tráiler.

Los Simpson, a excepción de detalles como el divorcio de los padres de Milhouse o los hijos de Apu, son episodio cerrados en sí mismos. En Futurama, la historia de amor de Fry y Leela, con quienes acabamos encariñándonos poco a poco, hilvana las chaladuras autoconcluyentes de cada capítulo. Aquí, en cambio, la trama es un de Juego de Tronos que conduce a un final "sorprendente".

El sorpresón es un secreto que se adivina desde el minuto uno, pero ahí que tienen los santos redaños de plantar un cliffhanger. Yo he venido a reírme, y así se ha vendido la serie, y así lo auguraba el creador que pone su firma. ¿Para qué narices quiero el desarrollo psicológico de un monigote a quien lo único que se le pedía era hacer el cafre?

Me encantan los personajes y el mundo de Utopía. Las animaciones, aunque no tan buenas como en las otras series, están bien. Los chistes sobre apestados, verdugos y caballeros me han sacado más de una carcajada, pero estas han ido disminuyendo vertiginosamente a lo largos de escasos diez episodios. ¿Cuánto costaba hacer sólo comedia o, al menos, no engañarnos con la publicidad?

No hay comentarios