
Jurassic World: El renacer
(Jurassic World: Rebirth, 2025)
Con el reclamo (en mi caso) de Scarlett-Johansson y (en el caso de mi pareja) de los dinosaurios, fuimos a ver la última entrega de la saga iniciada por Spielberg en 1993. Gracias a mi pareja sé que los dos dinosaurios más exitosos de la franquicia, el T-Rex y el velocirraptor, pertenecen al Cretácico Superior, un periodo que se inició más de cuarenta millones de años después del fin del Jurásico.
Si Jurassic World fue un reboot entretenido que se malogró en las posteriores entregas, cabe decir que este reinicio pinta mal desde el comienzo. Cinco años después de los sucesos de Dominion, la moda de los bichos antediluvianos se ha ido al garete. Descontando a los ejemplares encerrados en zoos, la mayoría se encuentra en la línea del ecuador, único ecosistema en el que se dan las condiciones para su supervivencia.
Una empresa farmacéutica pretende viajar allí para conseguir muestras de sangre de los animales con el propósito de crear un nuevo tratamiento contra dolencias cardíacas. Las prohibiciones gubernamentales restringen el acceso (de aquella manera, porque luego cruza por ahí todo quisqui) y por eso acuden a la Johansson, una "experta en operaciones encubiertas" con una musculatura también encubierta.
Los personajes no son planos, que es lo esperable en una peli de acción, es que Directamente carecen de personalidad. Saben a galleta de arroz dietética. Ya nadie tiene vicios, ni hay cojos o tuertos, y la masa corporal de todos ellos respeta el rango del IMC entre healthy y fofisano. Están diseñados para no ofender.
Claro ejemplo es la familia que pasa por allí cuando están persiguiendo a un mosasaurio. Es un padre con sus dos hijas, y el novio de la mayor, que se nos presenta como un zángano insoportable. Se crea la expectativa de que va a haber un conflicto gracioso entre el padre y el adolescente. A la media hora el padre le felicita al chaval por salvar a su hija y le pide que se respete, que él vale mucho.
Pues muy bien, deconstruimos el estereotipo del inútil recordando el complejo caleidoscopio que es la personalidad humana, y convertimos una dinámica entretenida y tópica en una acelga. Al menos, nos quedarán los dinosaurios, ¿no? Con lo que han avanzado los efectos especiales, deben ser un portento técnico. Pues, el que no tiene piel de rana, tiene cola de lagartija, o parece un descarte de Alien.
Sobretodo, molesta la incorporeidad de esta fauna digital. El ejemplo más claro es la escena del campo con hierbas de metro y medio. No se ve nada. No se oye nada. De repente, se alza una pareja de titanosaurios haciéndose caricias. ¿Cómo, dónde estaban? Otro: un bote salvavidas se infla automáticamente, en vertical, y oculta a un Tiranosaurio. Cuando cae al agua el monstruo ya no está.
Los dinosaurios aparecen y desaparecen como si se tratará de un espectáculo de David Copperfield o del Mago Pop. Y los cacareados mutantes, llamados "mutadones" en la película (vaya tela), son tan feos como sosos. Los unos parecen los dragones que le encargaron al becario de Juego de tronos, y el otro ni siquiera pasó el corte de Prometheus, que ya es decir.
Al final no hay pelea, ni huida frenética. Sólo pena por el deforme y solitario Distortus Rex y por el dinero tirado a la basura. Muchas escenas son refritos de la original de Spielberg, sin la magia ni la fuerza narrativa de este, y lo que parecía ser un sacrificio sin sentido acaba siendo un superviviente sin dinero y sin tripulación. ¿La conclusión? Las farmacéuticas son malas, y a correr.
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