Lo diré de entrada y así ya me lo quito de encima: ¡qué feas son las portadas de la editorial Club Editor! Todas como las que encabeza esta reseña, sólo cambiando el título, el autor y el color liso del fondo.
Añado, y así también lo aparto de en medio, que la traducción me ha parecido rara. Esperé a que lo leyera mi pareja, cuya competencia en catalán es mayor, y me confirmó que había frases que no le sonaban naturales del todo, que le rompían el ritmo1. Más no voy a decir porque Arnau Barios goza de gran reconocimiento tras traducir al catalán el poemario Galoparé a l'estepa com el vent de Lérmontov y haber llevado a cabo la actualización de Los hermanos Karamázov de Dostoyevski.
Yendo a los cuentos que componen esta recopilación, confieso que aquéllos en los que el narrador utiliza el monólogo interior no me gustan. Hay tantas elipsis que se me hace difícil seguir el relato. En el primer cuento, Moscou-Petrozavodsk, hay un momento en que los acompañantes del protagonista da la impresión que se marchan, que bajan del tren, cuando en realidad sólo salen del compartimento.
Son tantos flashes aquí y allá que, al final, acababa deslumbrado y no sabía qué estaba leyendo. Sucede lo mismo con La gitana y uno de los capítulos del cuento Peces en un pla. Este último, junto a Colònia minera Eternitat, tiene mayor extensión que el resto. El más corto es el microcuento que comparte título con el libro y que viene a decir lo que todos entendemos con la metáfora del pájaro doméstico. Entre todos, suman cinco relatos en total.
A mi pareja, el de Moscou-Petrozavodsk le gustó mucho porque lo considera "el más ruso", un poco por lo rocambolesco de la historia. El conjunto, sin embargo, le dejó cierto regusto amargo. Dados los artículos que había leído sobre el autor, que es médico, esperaba disfrutar de un libro similar a Morfina. Relats d'un jove metge de Bulgákov. Pero Ósipov no habla de sus vivencias en el hospital. En todo caso, parte de ellas para hablar de otros sucesos que perfilan la vida cotidiana en la Rusia actual.
Su narración resulta desangelada, fría. No es como los clásicos rusos, que conmueven. ¿Acaso va con cuidado por ser un opositor de Putin, quien no duda a la hora de quitarse molestias de encima? Esto no quiere decir que uno no pueda llegar a compadecer a los personajes, pero es una sensación de malestar menos desaforada, más derrotista. No grita: "¡Estas son las miserias de Rusia!" sino que nos mira a los ojos y nos dice: "Esto es lo que hay y lo que es".
Peces y Colònia me han gustado mucho. Todos invitan a reflexionar pero estos dos se dejan paladear mejor, sea por extensión, sea porque no utilizan únicamente el monólogo interior. Ósipov denuncia el abuso de autoridad por parte de las fuerzas policiales, el intervencionismo en los medios, el desplazamiento de población de zonas que el Gobierno decide abandonar mediante el ejército, el pasado colaboracionista de ciertos individuos y la incertidumbre de sus razones,...
No enfoca directamente, no verbaliza sus opiniones, pero todo está ahí. Desde quien presencia la brutal paliza a dos contrabandistas hasta el doctor que se gana un dinero extra acompañando a enfermos que viajan en avión a Estados Unidos para no volver. Siempre muestra la dicotomía entre la huida por la ausencia de futuro en su país y la permanencia por amor a la patria y esperanza de cambio. Ósipov, de momento, se queda.
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1 A mí, se me ha hecho extraño el uso del signo de interrogación de apertura en todas las frases, fueran cortas o largas, tal como hace Albert Nolla y como aconsejaba el reputadísimo filólogo catalán Joan Solà. Luego, palabras como "jaia" en lugar de "iaia" y otros términos y expresiones que llegué a creer inventados (pero no, era yo que no los conocía).
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