Cancroregina de Tommaso Landolfi


Acabada esta novelita, tengo una sensación de estafa o de no entender qué pasa con la crítica literaria que no me aguanto. Según la descripción editorial de Adriana Hidalgo y de lo que había leído sobre su autor, esto debería ser una pequeña joya pero no ha llegado a circonita.
Inédita hasta ahora en castellano, Cancroregina es el nombre de una máquina asombrosa, improbable y tentacular, una nave espacial de “mil ojos” y “humor extraño”, inventada para viajar a la Luna y “mostrar a todos los hombres de buena voluntad nuevos caminos, para los cuerpos y para los espíritus”.
El título es feo a rabiar. No recomiendo guiarse por los títulos ni por las portadas para comprar un libro pero aquí debería haberlo hecho. Para más inri, la nave que bautiza tan horriblemente el libro es solo una excusa. Es un elemento fantástico que da pie al relato onanista de un protagonista ya no victimista, ya no voluble, sino mal escrito.
La nouvelle es, de hecho, un inquietante diario de a bordo que el protagonista escribe durante lo que debía ser un viaje más allá de los confines de la Tierra, pero que después de algunas peripecias, comienza a ser un giro sin fin alrededor del planeta, una travesía sin meta y sin destino. Náufrago, desconectado del mundo, suspendido en una especie de limbo fuera del tiempo y del espacio humanos, el astronauta se hunde, con la acostumbrada ironía landolfiana –ese tono de falsa inocencia que contrasta con observaciones desesperadas y geniales–, más y más entre la reflexión y el delirio.
Lo de la "ironía" a mí no me ha quedado claro. No sé si la traducción es mala o yo no estoy habituado a "la acostumbrada ironía landolfiana". Ni una leve sonrisa, ni una comisura haciendo amago de levantarse. Lo de las "observaciones desesperadas y geniales", tampoco.

Sólo tengo en mente las constantes incoherencias de un personaje que iba a suicidarse y a las dos páginas, caminando por una montaña, tiene miedo a morirse. Tampoco ayudan las constantes concesiones sin perdón ni sentido que hace el escritor fuerza para mover la trama, como aceptar dar esa caminata de cuatro horas en plena noche campo a través con un prófugo del manicomio porque "no me parecía un acto demasiado exigente". ¡Albricias, tenemos candidato para el Ironman!

Tal vez, pienso ahora, la ironía estaba ahí, pero el tono del texto no me invitó a pensar así. El problema de la ironía es que, si oralmente llega a fallar, cuánto no puede hacerlo por escrito. He leído a Swift, a Carroll, he visto a Ricky Gervais, me he reído con ellos. Aquí, donde debería haber visto humor sólo veía error.
Se ha insistido en que Cancroregina no es un libro de ciencia ficción; que el género es sólo un pretexto de Landolfi para ahondar en el vacío, la ausencia de sentido, las preguntas sin respuesta.
Más que novela de ciencia-ficción, se debería catalogar como literatura fantástica. No nos transporta al futuro de nuestra realidad para hacernos reflexionar sobre los problemas actuales sino que crea un mundo alternativo, calcado al muestro, donde se incluye un elemento imaginario como es la nave. No hay, por lo tanto, visos ni intención de dar una visión siquiera pseudocientífica al asunto.

Sin embargo, se apunta correctamente que "es un pretexto", como lo es el género policiaco en Quer pasticciaccio brutto de via Merulana de Gadda. Pero los motivos esgrimidos son aceptables o no dependiendo del resultado. Si vas a romper el pacto con el lector disfrazando tu obra de astronauta, al menos que dentro de la escafandra haya algo realmente interesante.
Es probable, sin embargo, que aquí la excusa sea central. Que, como bien entendió la corriente new wave en la ciencia ficción, Cancroregina represente el locus donde ocurre la gran metamorfosis social y antropológica de la segunda mitad del siglo XX: el movimiento de vaivén de la imaginación desde el asombro práctico por el espacio exterior y el futuro lejano hacia el misterio metafísico y político del futuro inmediato y el espacio interior.
Se puede conectar con el movimiento que se quiera, pero si tenemos una obra de 93 páginas donde hay que esperar a llegar a la 59 para que empiece lo que supuestamente da sentido al libro, tenemos un problema. No se puede malgastar más del 50% del papel en algo que es sólo preparatorio y anodino.

Hasta la página 40 se explican los detalles ingenuos de cómo preparan el viaje a la Luna y despegan. Hasta la 59 se describen los sucesos predecibles que mueven al protagonista a quedarse solo y a la deriva dentro de la nave. En las escasas treinta páginas que conforman la segunda parte del cuento, se supone que están las genialidades y la reflexión brutal sobre la existencia humana.
Precisamente para hablar de esto, el género resulta una nave perfecta. La atmósfera en la astronave es alucinatoria y espesa; su protagonista habita en una zona de sí tan desamparada que difícilmente el lector pueda desembarazarse de lo que eso provoca en su propio ánimo. Pero ¿a qué es fiel un lector? Uno se aventura incluso al viaje literario de la locura y la muerte si la nave que lo lleva está cargada de un sentido sutil de la felicidad, de una secreta euforia, como sucede en Cancroregina
Aquí termina la sinopsis. Nuevamente, el texto no me ha transmitido ni esa sensación de angustia, ni comicidad alguna, ni ningún tipo de enfoque ni iluminador ni curioso sobre la vida humana. Pondré un ejemplo que me parece relevante en cuanto al tipo de pensamientos que nos ofrece el autor.
El concepto y la similitud no son por cierto peregrinos, pero al forzar más allá esta última, puede llegarse a datos que, diría, son de orden científico. Cuando, en otros, términos, se afirma que el sueño prefigura la muerte o, al contrario, como en todas las doctrinas religiosas, que la muerte no es otra cosa que un sueño, tal imagen tiene sólo un valor poético, representativo, es decir, se refiere sólo a la esfera más exclusiva, a la actividad más opinable y menos defendible, del hombre. En cambio, si se la transfiriera al campo mismo de la fisiología, como es natural según la amplia idea que de esta ciencia se han formado el filósofo y el poeta; si, en suma, se considera la muerte no ya en sentido figurado sino en el propio, como el reposo nocturno tras las jornada en la Tierra, inducido por el cansancio, hecho necesario por la propia necesidad de restablecer en una sola nuestras energías físicas y espirituales; estos son aproximadamente los resultados que pueden obtenerse:
Si calculamos en sesenta años, es decir, unos veinticinco mil días en números redondos, la duración media de la vida humana se tendría, por aquello que mejor amerite tal nombre, un valor de un millón setecientos cincuenta mil años. ¿Pero esta misma vida millonenaria no debería considerarse como un día en una vida más vasta? (...) 
Igualar a Tánatos con Morfeo, o considerar que la muerte es reposo cuando se la conoce como "el descanso eterno", está más trillado que caminar bajo el sol. Intentar imbuir un aire intelectual a un tópico con una sintaxis ampulosa tampoco es que sea la crema de la originalidad; hacerlo de manera torpe, tampoco. Presentarlo ya como científico es para echarse a reír con el método y los resultados incomprensibles.

En fin, por si no ha quedado claro, no lo recomiendo. Me parece un despropósito enorme con un título más malo que pegarle a un padre con una interpretación de Mario Casas.

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