Con 25 minutos más que su predecesora, repite los mismo esquemas que la primera. No sé si la narración de una misma historia en dos líneas temporales paralelas representa alguna novedad dentro del séptimo arte, pero lo cierto es que a mí me dio la impresión de que caía en saco roto, de que al final la parte de De Niro resulta débil, accesoria.
Hubiera esperado la unión de las dos tramas en una conclusión más fuerte, un guión mejor entrelazado. Me han explicado que hubo inconvenientes para realizarla, que Brando pidió una cantidad desorbitada y tuvieron que prescindir de él y que, de haber estado, tal vez mi opinión fuese otra. Lo cierto es que queda una película rara, donde se nos explica el pasado de su personaje en un intento de ligarlo con el presente de su hijo, pero quedando todo como inacabado. Para mí, falta el remate final que le dé auténtico sentido a esta segunda parte.
Entre De Niro y Al Pacino, al igual que en el enfrentamiento actoral entre Brando y Pacino de la primera, y pese a lo que digan los Oscar, mi corazón está con el que repite.
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