La piel que habito (2011)
Para no ser un director que me entusiasme, no son pocas las películas suyas que he visto: Carne trémula (1997), Todo sobre mi madre (1999), Hable con ella (2002) y Volver (2006). Han sido, no obstante, las dos que acaparan estas líneas las que han avivado mi interés por él después de tres años de una grave convalecencia causada por la infame y evacuante Los amantes pasajeros.
Tanto La piel que habito como La mala educación poseen guiones originales y cautivadores. La primera, protagonizada por Antonio Banderas y Elena Anaya, es el oscuro relato de un eminente cirujano que tiene encerrada en su mansión privada a una chica callada y melancólica. Poco a poco iremos descubriendo una trama de terror psicológico tan enfermiza como turbadora.
No menos dura es la segunda, cuyo elenco lo encabezan Gael García Bernal y Fele Martínez. Un exitoso director cinematográfico presa de un bloqueo creativo se reencuentra con un ex compañero de la infancia que le ofrece un suculento guión basado en sus inefables experiencias de ambos en un colegio católico. Crítica y metaficción se mezclan en esta obra incisiva y brillante.
El recorrido de las historias me ha encandilado, desde las interpretaciones a la fotografía y la banda sonora. Es una delicia perderse en los cuadros de la mansión del sádico doctor Robert Ledgard, o en las enérgicas canciones de Concha Buika, o en el espléndido playback de Quizás, quizás, quizás de Sara Montiel tan arrebatador como el tremendo chorro de voz de Estrella Morente en los labios de Penélope Cruz en Volver.
Dos caminos maravillosos que terminan igual de abruptos. Parece que Almodóvar llega hasta donde pretendía y corta el celuloide sin concesiones. En La piel que habito lo que pudiera haber sido una catarsis desgarradora metamorfosea en los títulos de créditos. La mala educación nos niega una bella aria de despedida para enmudecer con unos textos desesperanzadoramente anodinos.
Sin duda, hay un componente muy teatral en su cine. Como si careciera de medios para plasmarlo en la pantalla-escenario, utiliza los diálogos para narrar el pasado de personajes o explicitar los motivos que los impulsan. ¡Y nos lo cuentan mientras lo estamos viendo! Resulta redundante y desfasado, como si nos encontráramos en el séptimo arte todavía anduviera en pañales.
A pesar de los coitus interruptus que me impediron llegar al orgasmo final, no puedo negar que el polvo me ha encantado. Almodóvar es tan capaz de soltarte un "déjame a mí también chupar un poquito" como de desarmarte con las terribles verdades que configuran nuestra envenenada sociedad. Con estas dos películas ha sabido encontrar el equilibrio y ritmo perfectos.
La mala educación (2004)
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