Fyre: The Greatest Party That Never Happened (Fyre: La gran fiesta que nunca ocurrió) es un hilarante documental sobre cómo una panda de flipados con dinero convirtieron un acto promocional en una fiestón absurdo e irrealizable. Sin repajolera idea sobre la gestión de grandes eventos, pero con mucho tiempo que perder en redes sociales, estos organizadores de medio pelo no harán más que aumentar, como escarabajos peloteros, una bola que huele desde lejos.
La parranda de lujo ubicada en una isla paradisíaca se reafirmará, cada vez más, como un desbarre imposible. Y a cada obstáculo, un tuit más, un like más. Más y más madera en el tren del hype que los conducirá a la ruina, no sólo propia, sino también de los asistentes: influencers y niños de papá ávidos de un evento tan exclusivo que se atreve a vetar hasta los retretes. El espectador será testigo, entre incrédulo y infartado de la risa, de un esperpento digno del mejor Valle-Inclán.
El punto de partida de este monólogo de Ellen Degeneres es muy inteligente, y da título al espectáculo. Relatable hace referencia a algo cercano, algo con lo que puedes identificarte. Hablar de lo estrambótico y ridículo de nuestra vida cotidiana es la base del stand-up comedy. ¿Pero es posible mantener esta conexión con el público tras quince años alejada de los escenarios durante los cuales no has hecho otra cosa que volverte podridamente millonaria?
Así lo plantea Degeneres, estrella de las sobremesa televisiva que no recuerda la última vez que cogió un autobús. Pero, pese a esta divergencia abismal con su aforo, consigue extraer puntos en común. No sólo eso. La sorprendente capacidad de los estadounidenses para encarar los traumas del pasado la lleva a explicar, sin abandonar la broma, cómo la industria del espectáculo le cerró las puertas cuando salió del armario. Sin banalizar, visibiliza y entretiene, llenando el teatro de carcajadas y optimismo.
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