Marcello Quintanilha: Tungsteno y Talco de vidrio


Tal vez el título de Tungsteno (2014) tenga que ver con el género que trata. Si dicho metal se caracteriza por su dureza y densidad, la historia relatada a contrarreloj por el autor brasileño no lo es menos. Y es que en Salvador de Bahía no se andan con chiquitas.

Dos jóvenes están pescando con dinamita en una zona apartada de la costa, bajo el fuerte de Santo Antonio da Barra. A la sombra de un árbol, el señor Ney, sargento retirado, conversa con Caju, un camello con el que ha trabado amistad. Cuando escuchan las primeras explosiones, el ex militar reacciona instantáneamente: hay que avisar a las autoridades para que los detengan.

Los acontecimientos se precipitarán, y tres subtramas que no parecen tener nada en común, acabarán cruzándose en un relato sin elipsis, una especie de documental a tiempo real en las calles de la metrópolis brasileña. Bien narrada y mejor dibujada, eléctrica, vibrante, te tiene hasta las páginas finales con el corazón en un puño.

La destreza de Quintanilha para capturar el dinamismo de las escenas y su habilidad narrativa para manejar el tiempo, girando las agujas del reloj hacia atrás y adelante a su antojo sin que perdamos el hilo, es magistral. Una de mis mayores sorpresas en cómic de este 2019.



Como disfruté tanto, quise repetir con Talco de vidrio (2015). Pero las diferencias narrativas y gráficas entre las dos obras son sustanciales. Del reality nos adentramos en el psicoanálisis, un intento por desentrañar los pensamientos de su protagonista.

Rosángela es una mujer adinerada de Niterói cuya vida ha transitado hasta el momento sobre raíles. Un pequeño detalle, sin embargo, trastoca su ánimo, y las líneas que trazaban su existencia perfecta se desdibujan, literalmente. Quintanilha ya no se apoya únicamente en la plumilla para contar su historia, sino que hace uso de las tramas de grises para cerrar el contorno de las figuras.

Esta falta de definición le confiere mayor libertad a la hora de deformar las imágenes, el espejo grotesco donde se refleja la angustia de Rosángela. Una voz narrativa nos acompaña aquí en cada página. La incerteza de sus palabras, desatinadas a la hora de describir los sentimientos de la protagonista, nos arrastrará con ella a la sima donde, poco a poco, se va hundiendo.

Desgraciadamente, acorde con su naturaleza, el relato gira tan obsesivamente sobre sí mismo que provoca náusea y aburrimiento. El punto misógino de la resolución, ya intuido en el personaje de Keira en Tungsteno, sólo sirvió para acabar de estropearlo todo. No siempre se gana.

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