Crimen y castigo de Dostoievski


El jugador fue el primer libro de Dostoievski que leí. La ludopatía del protagonista, su fiebre irreprimible por el juego, su enfermedad, su pozo infinito, me fascinó. Dostoievski es capaz de hacer que la sangre me suba al rostro y la respiración se me corte.

El segundo fue Memorias del subsuelo, en catalán, traducción de Raquel Ribó Aznar en una edición preciosa, pequeña, tapa dura. Si me preguntan ahora, no recuerdo nada de la trama. ¿Alguien hundido en la miseria? Seguramente, ¿de qué otra manera podría ser?

Ambas lecturas me robaron el corazón, me secuestraron en sus páginas, en la distancia corta de sus doscientas páginas por cabeza. Crimen y castigo sobrepasa las setecientas y, por fuerza, tiene que declinar en algún punto. Serían intolerables tantas páginas sin un descenso en la intensidad.

Pero como en las dos anteriores, cuando Dostoievski acierta, cuando se sumerge en la descripción de las pasiones humanas, no tiene comparación. Te incrusta la angustia de sus personajes en las entrañas, te perfora como una bala de cañón. ¿Cómo lo consigue?

Leyendo el deambular errático de su protagonista, el estudiante Raskólnikov, su caminar en círculos, y los diálogos tan aparentemente explícitos, donde teorías políticas o de pensamiento de la época son expuestas sin cortapisas, uno piensa que no puede llegar a dar en el blanco.

A veces lo pensé. Me faltaba las asfixia de las dos anteriores. Porque en Crimen y Castigo he tenido tiempo para respirar e, incluso, aburrirme en ciertos tramos. Pero luego llegamos a esos fragmentos de conflicto psicológico, de interrogatorio solipsista, y el maestro ruso lo borda de nuevo.

Raskólnikov lleva maquinando tiempo hacer algo, algo que va en contra de la moral, y su decisión final va avistándose cada vez más cercana, como un abismo. Dostoievski no sólo estudia ese paso antes, sino la batalla interior que seguirá después.

Es descorazonadora la actitud fatalista rusa. Estamos condenados y no hacemos nada para solucionarlo. No hay oposición contra la adversidad. Hay una especie de regocijo masoquista que sonríe detrás de la bruma alcohólica del vodka.

El relato de Marmeládov en la taberna es terrible y aberrante. Condena a toda su familia. Les da una pequeña esperanza para arrebatársela después de manera trágica. No hay nadie que se salve en esta novela. Es un castigo atroz, para criminales e inocentes. Es imposible no estremecerse con ella.

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