Rusty Brown de Chris Ware


Desde que sorprendiera al mundo con Jimmy Corrigan (2001), explotando al máximo las posibilidades del medio, y tras haber levantado ese rascacielos que es Fabricar historias (Building Stories, 2012), parece que Chris Ware sigue intranquilo. No ha encontrado la calma ni el descanso que parece traer consigo rebasar la meta fijada.

Rusty Brown (2019) es ejemplo de ello: un libro con casi tantas páginas como Jimmy Corrigan, pero que resulta ser sólo el primer tomo de la historia. Veinte años de trabajo, publicados a píldoras en diferentes revistas, parecen haberse convertido, más que en una obra de arte, en un pormenorizado análisis de una obsesión inalcanzable.

El tiempo lo cambia todo. Este nuevo cómic no ha causado en mí ni un cuarto de la impresión que me generó su primera obra. Cada vez considero más acertada la comparación que hacen muchos con Joyce. Recuerdo los primeros capítulos de Ulises y puedo entender por qué no lo terminé. La densidad de ambos autores es descabellada.

Confieso que Rusty Brown ha llegado a agotarme. Hay páginas que, directamente, no entiendo. No sé leerlas, me pierdo. Algunas de ellas contienen casi doscientas viñetas jibarizadas, una colmena que aturde y que obliga a achinar los ojos para poder leer los bocadillos. Otras, coloca de tal modo los cuadros que uno no sabe qué orden seguir.

¿Es consciente de ello? ¿Quiere Ware dar libertad total al lector de cómo leer esta historia coral? Porque, aunque partimos del joven Rusty aficionado  a las aventuras de superhéroes, en seguida nos encontramos con el conflicto interno de su padre, con la timidez del nuevo alumno de su clase, o con la inseguridad adolescente de Alice.

Reseguimos de cabo a rabo la biografía del matón que atormenta a Rusty o el racismo que ha perseguido a su profesora negra. Incluso leemos atónitos un relato de astronautas en Marte que, hasta concluirlo, no entendemos muy bien a santo de qué está esto aquí. Es decir, en casi cuatrocientas hojas, apenas obtenemos unas pinceladas del que, por el título, creíamos el protagonista.

En un trabajo tan extendido en el tiempo, se aprecia, dentro de la unidad de estilo de Ware, un cambio entre la historia que encabeza el tomo y la que lo cierra. De la línea gruesa y las viñetas firmemente recuadradas más cercanas a Jimmy Corrigan, pasamos a unas ilustraciones de línea más fina sin marcos que, personalmente, ligó con el estilo más reciente de Daniel Clowes.

La miríada de detalles, de distintos caminos de lectura, de juegos visuales, es abrumadora. Son tantos los recursos que más de una revisión es necesaria. Pero, ¿cómo hacerlo, si ello supone repetir unos relatos tan desoladores? Hay que poner demasiado esfuerzo para, aparentemente, concluir que la vida es una mierda sin solución. Su lectura, desde luego, no deja indiferente.

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