De lo que pensaba que era a lo que es existe un abismo. Para empezar, creía que el autor era autora: Lluïsa Maria Todó. Tras leer las primeras páginas en la librería, atraído como una polilla a la luz por el título, me monté la película de que era una novela de costumbrista del estilo de Mercè Rodoreda o de Carmen Laforet, pero que añadía un elemento muy interesante para mí: la lengua.
Pensando que estaba leyendo a una gran escritora catalanas, desapercibida para el gran público, oculta bajo la omnipresente sombra de Rodoreda, me adentré en este relato genealógico donde se contraponen constantemente los usos del castellano y el catalán en Barcelona durante época franquista.
Empezaron a escamarme algunos comentarios, bastante diestros, políticamente hablando. Volví a mirar la cubierta y me di cuenta que no era ella sino él, profesor universitario de lengua francesa, traductor, crítico literario en La Vanguardia, cronista en El Mundo y El País, y ganador en 2006 del Premio Josep Pla por El mal francès.
En ese momento, me quedé a cuadros. Ya no es que me hubiera creado falsas expectativas con las obras, es que directamente le había reescrito la biografía y el género a su autor. Una vez asumida la metedura de para, continué hasta terminármelo. Me costó, porque no me ha sido muy grato. Y no por las opiniones un poco a estribor, sino porque no he entendido el rumbo del barco.
Parece, al principio, que conoceremos la saga familiar del autor, desde sus abuelos hasta él, haciendo un repaso por la historia española del s.XX, desde antes de la Guerra Civil, pasando por ella, hasta la actualidad. Todo aderezado con, me reitero, el interesante mapa lingüístico de Cataluña durante este periodo.
No sólo habla del veto al catalán, sino que muestra diferentes dialectos, como el tortosino, comparándolo con el barcelonés, pero tamién los revolcones de la lengua condal con el castellano. No estoy de acuerdo con sus conclusiones en ciertos aspectos (como la salud de la lengua), pero confieso que me gustó este aporte a la trama, y que, incluso, hubiera disfrutado más párrafos al respecto.
El problema es que no consigo verle unidad al libro. Pues si bien empieza con sus parientes y el conflicto-convivencia lingüístico, luego se centra en hablar de sí mismo, de su infancia y su juventud, explicando superficialmente sus experiencias en París que, nos recuerda, trata con más detalle en el ya referido El mal francès.
El cambio de tercio no sólo me descolocó, sino que me aburrió. Sintiéndolo mucho, la figura de este autor me la refanfinfla. Mi ilusión era ver cómo tejía un estudio diacrónico del catalán a través del ramaje de su árbol genealógico. Víctima de un truco de prestidigitación que yo mismo había iniciado autoengañándome, pasé de ilusionado a iluso. Dentro de la chistera no había nada.
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