Tan poca vida de Hanya Yanagihara

Si bien este best-seller está muy bien escrito, su objetivo último me deja vacío. Su autora lo describe como un paño teñido con la técnica del ombré, un degradado suave que suele transitar de un color claro y brillante a otro mucho más oscuro. Y básicamente eso es el libro: convertir un relato amable y ligero de cuatro amigos en un culebrón deprimente y cruel sin motivo.

Logró lo que ninguna otra novela ha conseguido conmigo: obligarme a saltar extensos fragmentos, incluso un capítulo completo, porque leerlos me descomponía el estómago. Las descripciones son tan detalladas y desagradables como los actos descritos. Aunque la novela no esconde lo que va a hacer y avisa del terrible pasado de uno de los personajes, mis expectativas se quedaron demasiado cortas.

Casi nunca el horror que uno se imagina supera los acontecimientos porque te has preparado para ello. En este caso, en cambio, Yanagihara me noqueó y me dejó con shock postraumático. Esta serie de fragmentos nauseabundos ocurren en el ecuador del libro, y esperaba que después del valle hubiera una colina, y la historia entretenida del comienzo regresase. En su lugar, el descenso continuó.

Si la idea era sumir al lector en el negro más profundo, el efecto fue el opuesto. Tras cruzar el infierno, empecé a pasar las páginas jugando a adivinar la siguiente catástrofe. Se había transformado en un folletín grotesco en el que todo me importaba un bledo, un episodio largo de Los días de nuestra vida con el Dr. Drake Ramoray, la telenovela paródica que emitían en la serie Friends.

¿Por qué no lo abandoné? Leer mil me parecía un gran reto después de la sequía de páginas de 2023. Tampoco quería que los avances de 2024 se revertieran, y por eso no lo devolví a la biblioteca. El resultado fue la decepción del tiempo perdido cuando cada vez se tiene menos. Un millar de páginas de  absoluta nada, de puro ejercicio estilístico escasamente brillante y cliché.

Su estilo me recuerda al de Celeste Ng en Todo lo que no te conté: una escritura correcta, estadounidense, aprendida en el aula y ensayada a conciencia, producto del esfuerzo y la dedicación, pero desapasionada, desconocedora de cualquier traza de humor, mecánica, alineada sobre unos rieles de los que no se va a mover. La literatura como trabajo de oficina, el libro como activo financiero. 

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