Durante la visita de rigor en casa de mi madre, vi en una de sus estanterías del salón Los puentes de Madison County, la novela en la que está inspirada la película dirigida por Clint Eastwood. Aunque difuso, siempre he tenido un recuerdo muy grato de la ella. Me llevé la novela y, durante las vacaciones, la terminé.
El libro de Robert James Waller, más allá del comienzo con la presentación de los dos personajes y el primer encuentro entre ellos, no me cautivó. Esperaba un lenguaje sugerente y evocador, pero me encontré con un texto explícito y efusivo. Se ajusta a la idea que, sin un gran bagaje en literatura romántica, tengo del género. Esta sensación tan distinta de la que asociaba a la película me llevó verla de nuevo.
Aunque no la disfruté igual que la primera vez, me confirmó que la adaptación cinematográfica es mucho más contenida, tal y como cabría espera de su director. Los silencios de la película son mucho más elocuentes que muchas palabras torpes del libro. Meryl Streep transmite el conflicto interno de Francesca de manera superlativa.
Al verla esta vez en versión original, he apreciado el acento italiano del personaje, que en el doblaje se pierde. Sin duda, ella sostiene la película y empequeñece a Eastwood. Si bien a sus sesenta y cinco años seguía pudiendo enamorar a cualquiera (el personaje de Robert Kincaid tiene cincuenta y dos en la novela), sus carencias interpretativas lastran el filme.
En los momentos de tensión dramática, su rostro se acerca más a la desorientación de un enfermo de Alzheimer que al dolor o la pena de un amante que se ve obligado a decir adiós. Es como si su personaje no entendiera cómo procesar las emociones humanas. Y sus besos... Parece que Meryl Streep le esté haciendo el boca a boca a una carpa gigante.
La novela quiere demostrar que existen los grandes amores en la realidad. Así lo atestigua el prólogo, en el que Waller explica cómo conoció la historia de Francesca de boca de sus hijos, y cómo se documentó después. En el epílogo transcribe su entrevista con un saxofonista de Seattle, a quien Kincaid le pidió que compusiera una canción para su amor perdido pero nunca olvidado.
Este amor real es absolutamente falso, una ficción que se le ocurrió a Waller mientras fotografiaba los puentes cubiertos del condado de Madison durante unas vacaciones en 1990. La canción del saxofonista la había compuesto él mismo unos años antes. La falta de verosimilitud del texto y el enaltecimiento novelesco torpe del amor hacen que el relato flaquee aún más.
En el guion de Richard LaGravenese (El rey pescador), en cambio, el affaire de Francesca sirve para que los hijos de Francesca reconduzcan sus matrimonios, y son ellos los que abren y cierran la historia. Pese a la intensidad de los días que pasaron juntos, Eastwood pretende un amor más realista en el que las responsabilidades individuales impiden la escapada de los amantes.
La película también gestiona mejor cómo Francesca narra la historia, o lo tiene más fácil, pues de la palabra pasamos a la imagen. En la carta que les deja en el libro aparecen descripciones tan explícitas, junto con ciertos comentarios, que parece que a la madre se la sople todo mientras la escribe. En el cine ves cómo se acuestan, en el libro hay una descripción verbal.
Robert Kincaid también tiene una personalidad muy distinta en el original y en la adaptación. En el libro es un hombre de cabello largo, vegetariano, que sabe cocinar. En la película, el personaje finge pelar unas zanahorias como quien afila una rama con una navaja antes de escabullirse a coger unas cervezas. Si fuera por esto, preferiría su versión en papel, pero hay una razón que me lo impide.
En la novela suelta un discurso sobre cómo el mundo cambia y se moderniza en el que él mismo se considera "el último cowboy". Estaba leyendo y me detuve para fruncir el ceño. ¿Qué tontería es esta? Pero seguí, y se reafirmaba, y en varios pasajes se remarca. Es gracioso, porque en la película justo argumenta lo contrario.
FRANCESCA: They're not kids anymore. Things change.
ROBERT: Everything does. One of the laws of nature. People are always so afraid of change. But if you look at it like it's something you can count on happening, it's actually a comfort. Not many things you can count on for sure.
Y ahora, copio un fragmento del monólogo de dos páginas que suelta en la novela:
Eventually, computers and robots will run things. Humans will manage those machines, but that doesn't require courage or strength, or any characteristics like those. In fact, men are outliving their usefulness. All you need are sperm banks to keep the species going, and those are coming along now. Most men are rotten lovers, women say, so there's not much loss in replacing sex with science.
We're giving up free range, getting organized, feathering our emotions. Efficiency and effectiveness and all those other pieces of intellectual artifice. And with the loss of free range, the cowboy disappears, along with the mountain lion and gray wolf. There's not much room left for travelers. I'm one of the last cowboys.*
Y se queda tan ancho. Así que, por un lado, LaGravenese y Eastwood le quitaron mucha tontería al personaje, pero, por otro, parece que el hecho de que el tipo cocinara o fuera vegetariano era algo que prefirieron obviar. Por suerte, un buen número de buenas decisiones, entre ellas la elección de Meryl Streep como Francesca, dieron luz a un clásico del cine que supera con creces a la fuente original.
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* "...Algún día, los ordenadores y los robots dirigirán el mundo. Los seres humanos harán funcionar las máquinas, pero para eso no se requiere coraje ni fuerza ni otras características así. En realidad, los hombres están dejando de ser útiles. Sólo se necesitan bancos de esperma para que la especie se perpetúe, y ya los hay. La mayoría de los hombres son pésimos amantes, según dicen las mujeres, de manera que no se pierde mucho al reemplazar el sexo por la ciencia. Estamos renunciando a los tiempos y a las distancias sin límites, organizándonos, censurando nuestras emociones. Eficiencia y eficacia y todos esos otros elementos del artificio intelectual. Y, con la pérdida de esa libertad, el cowboy desaparece junto con el león de la montaña y el lobo gris. No queda mucho sitio para los viajeros. Yo soy uno de los últimos cowboys..." (Los puentes de Madison County, Ediciones B, traducción de Alicia Steimberg, 2009)
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