Arrancad las semillas, fusilad a los niños de Kenzaburo Oé

Tres cosas sabía de Kenzaburo Oé: que era un escritor japonés, que había ganado el Nobel y que tenía una novela con un título brutal. Esa novela era, obviamente, Arrancad las semillas, fusilad a los niños. Si bien el título no se ajusta exactamente al original, pues no usa el imperativo, la idea es exactamente la misma.

En plena Segunda Guerra Mundial, un grupo de adolescentes es evacuado de un reformatorio que se ve amenazado por los bombardeos. Los jóvenes son llevados hasta un pueblo aislado en las montañas en busca de refugio. Sin embargo, la actitud de los aldeanos es completamente hostil, y sólo los acogen por obligación.

La narración es el testimonio en primera persona del cabecilla del grupo. Pese a no haber leído a muchos autores nipones, puedo reconocer este estilo que parecen compartir basado en frases sencillas sin pretensiones ni apenas adjetivos. Sorprende cómo siendo casi puramente descriptivo, Oé consigue transmitir con tanto dolor el desamparo de los muchachos.

He podido sentir su profundo rechazo a la guerra en la misma medida que los comportamientos y reacciones de sus personajes han conseguido extrañarme. Me sucede con muchas ficciones japonesas, sean en papel o en celuloide. No empatizo con muchas de sus pautas de conducta, tan pasivas, tan distintas de las occidentales.

Tras un título impactante, se haya una novela de una fragilidad hiriente. Como un péndulo, he avanzado entre fragmentos que me resultaban ajenos y parlamentos que me conmovían. El sentimiento ha sido agridulce. De lo que no cabe duda es un buen remedio para quienes ven la guerra como un poema épico y no como una miseria indigna que borra cualquier vestigio de nuestra humanidad.

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