
Liudmila Ulítskaya es una escritura judía nacida en la Rusia de 1943, dos años antes del final de la Segunda Guerra Mundial. La novela trata de una ávida lectora llamada Sonia que nace y crece en el mismo contexto histórico que su autora.
Su afición por los libros es lo que me atrajo, ya que anticipé una biografía guiada por el amor a la literatura, acaso como Stoner. Pero fue una ilusión. Tras conocer a un pintor que ha regresado de Europa, Sonia se vuelca por completo en la construcción de un hogar. El ritmo de los quehaceres domésticos es tal que los libros son incapaces de ir a la zaga y caen en el olvido.
No hay nada vergonzoso en dedicarse a las labores de casa, pero fue una decepción no encontrar lo que esperaba. A partir de aquí, la trama empieza a ignorar a su protagonista, apenas mencionándola. No sé si se trata de un paralelismo con la vida de la propia Ulítskaya, quien en 1970 fue despedida de su puesto en el Instituto de Genética General por haber reproducido literatura prohibida por el régimen soviético. Estuvo nueve años sin trabajar, durante los cuales se casó y tuvo dos hijos.
Me fastidia que el personaje no salga de su letargo hasta justo el final, una resurrección que sabe a poco por las pocas páginas que se le dedican. Es una novela correcta, con personajes bien perfilados, pero cuyo cambio de rumbo me rompió las expectativas y me desorientó, impidiéndome disfrutarla más.
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