Stoner de John Williams

Stoner es una novela que compré en la terminal de Gatwick por capricho. La idea de comprar un libro en el aeropuerto como en las películas, y guardarlo como recuerdo del viaje, me hizo gracia. El sucinto título y la imagen de la cubierta con los libros apilados me sedujeron en seguida. Su lectura, sin embargo, se me hizo cuesta arriba nada más despegar el avión.

La verdad, no sé cuántos años han tenido que pasar para que aterrizase de nuevo en mis manos. La tenía en la estantería como una deuda pendiente, y cada tanto me detenía sobre su lomo rojo y sus letras blancas. Unas veces pasaba de largo, otras me detenía y la hojeaba un rato antes de devolverla a su sitio. Aunque no me atrevía a empezarla de nuevo, nunca pensé en deshacerme de ella.

Porque el estilo de John Williams, a pesar de su complicado vocabulario, es preciso y certero. No desperdicia ninguna palabra, y elige siempre la que desarmará con mayor tino al lector. Lo despoja de toda seguridad; le recuerda cuán vulnerable y efímero es. En Stoner no hay adjetivo que no embellezca la oración, como tampoco hay adjetivo que ofrezca un atisbo de esperanza.

Es una novela triste de prosa bella e lacerante. Representa un amor por la literatura y la docencia tan sosegado como desmedido. No creo que su objetivo sea "elevar" una vida gris, porque no la hace más relevante ni digna que el resto. La prosa insiste en que ningún momento sea exultante ni dramático. Cada decisión es un paso más en el trazado de un camino único pero no especial.

Hubiera estado bien alguna nota de buena fortuna en sus últimas páginas, pero cada capítulo contiene menos oxígeno que el anterior. Stoner es un implacable "pese a todo": pese a la mala suerte, pese a las malas decisiones, pese a la falta de justicia, pese a la abundancia de dolor, vale la pena vivir. Nadie te va a premiar por ello, pero has llegado al final por tu propio pie.

Desde el más puro estoicismo, la novela nos enseña que, después de tantas adversidades, la vida de su protagonista no ha sido en vano. Hemos sufrido con él, pero también hemos sonreído. Nos hemos agarrado a todos los buenos momentos como si nuestra vida, y no la suya, dependiera de ellos. No cabe duda de que, pese a todo, ha sido un hermoso viaje.

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