Abrí el libro esperando encontrarme un ensayo metafísico, y me encontré con el guión de un episodio de Tu casa a juicio. Tanizaki parte de la reforma de su propia vivienda para exponer la disyuntiva que encara el Japón de su época, dividido entre la modernidad que llega de Occidente y la conservación de sus principios estéticos. Estamos en 1933.
El novelista critica el uso y abuso de la iluminación eléctrica en los hogares y establecimientos del país. Esta nueva luz blanca está sustituyendo a la bamboleante llama de las velas, eliminando cualquier penumbra, y desposeyendo a los espacios y objetos de todo encanto y misterio. Reivindica la sombra como parte esencial de la cultura japonesa.
Explica cómo los paneles tradicionales de papel (o shōji) y los recipientes lacados en mate buscan atenuar la luz, aportar calma, mientras que las puertas acristaladas y las cerámicas que los están reemplazando tienen el objetivo opuesto. La luz artificial vulgariza el maquillaje y los trajes del teatro Nō y Kabuki, cuyos bordados y pigmentos precisan de la oscuridad para resaltar sus cualidades.
También reflexiona acerca de la belleza masculina y del ideal femenino, y la relación de ambos con los claroscuros. Incluso llega a opinar acerca de los distintos tonos de piel de "blancos", "negros" y "amarillos", y cómo estos han condicionado las distintas miradas de cada pueblo. Esta parte, sin duda, es la que peor ha envejecido.
Aunque es una lectura rápida de apenas 96 páginas, con una prosa clara, sencilla de leer y de entender, no me lo volvería a leer. Me ha resultado superficial, no profundiza en los argumentos. Parece más un escrito a vuelapluma. Hay tramos divertidos, pero en suma no es un libro que recomendaría, porque no he sentido que me aportase nada.
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