Se pasó la tarde frente al ordenador. Pasó la noche y la mañana. No desayunó ni almorzó, y volvió a olvidarse de cenar. Siguió jugando hasta pasados dos días. Luego, los mareos provocados por el hambre la hicieron levantarse del escritorio. Encargó una pizza por teléfono, pero cuando llegó el repartidor no fue a abrir. Desde el otro lado de la puerta el chico la llamó “puta autista de mierda” y le gritó que se olvidara de volver a llamar, que los jefes habían decidido denegar sus pedidos. Cinco veces habían sido demasiadas. Siempre tocaban al timbre en alguna pantalla crucial del juego y no podía dejarlo. Entonces, debía conformarse con alguna bolsa de patatas con las que llenaba los armarios.
Al cuarto día, la telefonearon del trabajo para comunicarle su despido inmediato, debido a sus repetidas ausencias no justificadas. Intentó disculparse, pedir una segunda oportunidad, pero habían sido ya demasiadas concesiones. Un poco turbada, se sentó de nuevo frente al ordenador. Al sexto, hubo un corte de luz. Era pleno medio día. Cuando la pantalla se quedó en negro, presionó varios botones del teclado a la vez con insistencia, como si la máquina se hubiera colgado. Miró la caja y el enchufe sin levantarse, y se dio cuenta de que se había ido la luz. Al poco rato, restauraron el suministro eléctrico. Encendió la computadora y abrió el emulador, pero la partida no se había guardado. Lo maldijo todo. Estaba tan irritada que se comió tres bolsas de patatas del tirón.
Con la última se atragantó. No podía expelerla y le costaba respirar. Los ojos se le llenaron de lágrimas y casi se desploma sobre el suelo. Agarrada al borde de la fregadera, consiguió escupirla por fin. La situación había sido tan angustiosa que se quedó unos segundos en shock. Decidió comenzar otra partida, despejar la mente y olvidarlo todo. Unas calles más abajo, los operarios de una ambulancia atendían a un hombre blanco de treinta años, que yacía en el suelo después de haber caído de la grúa donde revisaba el tendido eléctrico, justo antes de que una descarga lo lanzara contra el suelo y provocara un corte de energía en toda la red.
Al cuarto día, la telefonearon del trabajo para comunicarle su despido inmediato, debido a sus repetidas ausencias no justificadas. Intentó disculparse, pedir una segunda oportunidad, pero habían sido ya demasiadas concesiones. Un poco turbada, se sentó de nuevo frente al ordenador. Al sexto, hubo un corte de luz. Era pleno medio día. Cuando la pantalla se quedó en negro, presionó varios botones del teclado a la vez con insistencia, como si la máquina se hubiera colgado. Miró la caja y el enchufe sin levantarse, y se dio cuenta de que se había ido la luz. Al poco rato, restauraron el suministro eléctrico. Encendió la computadora y abrió el emulador, pero la partida no se había guardado. Lo maldijo todo. Estaba tan irritada que se comió tres bolsas de patatas del tirón.
Con la última se atragantó. No podía expelerla y le costaba respirar. Los ojos se le llenaron de lágrimas y casi se desploma sobre el suelo. Agarrada al borde de la fregadera, consiguió escupirla por fin. La situación había sido tan angustiosa que se quedó unos segundos en shock. Decidió comenzar otra partida, despejar la mente y olvidarlo todo. Unas calles más abajo, los operarios de una ambulancia atendían a un hombre blanco de treinta años, que yacía en el suelo después de haber caído de la grúa donde revisaba el tendido eléctrico, justo antes de que una descarga lo lanzara contra el suelo y provocara un corte de energía en toda la red.
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