De cómo los peces no pudieron volver al mar

Caminaba por el suelo pero no lo sentía. Podía ver la tierra, el fango, las briznas de hierba, los rastrojos, los arbustos espinosos, las piedras, las rocas, la arena, los gusanos retorciéndose en el barro húmedo la mañana después de la lluvia de madrugada, el moho, el estiércol y las raíces, pero no notaba que hiciera pie en ningún sitio.

Como si fuera una gran mentira lo que se extendía, como si fuera éter o flogisto, algo que se suponía que había estado ahí siempre pero que acababa resultando absolutamente imaginario. Podía introducir las aletas en la tierra mojada y extraer un terrón bullente de vida o arrancar con ellas un manojo de flores hermosas pero sus sentidos parecían anestesiados frente a ello como si, sin explicación alguna, nada cambiara, como si él se acercara a las cosas pero las cosas nunca se acercaran a él.

No había nada entre su cuerpo y el suelo que parecía aguantarlo. Por no existir, no existía ni contacto. Aquella incómoda sensación había acabado convenciéndole de que vivía en una ilusión, que en realidad no estaba ahí sino en el entorno gráfico de un sistema operativo que había acabado por conquistarlo todo, ciberespacio disfrazado, cosas más allá de sus conocimientos pero en las que había decidido creer de una manera desorbitada.

Tanto era así que salir de él se convirtió en su obsesión. Leyó pilas enormes de mamotretos de informática para torpes mientras navegaba las horas entre la caja y la pantalla del ordenador, aislado del resto de personas que no sólo no lo comprendían sino que lo tomaban por un loco, un hikikomori y un freak de la tecnología, nombres que para él significaban una única cosa: no lo querían, y los que no le amaban no alcanzarían nunca la salvación.

Pero su computadora sí. Ahí era donde encontraba el consuelo que ni siquiera la tierra podía reportarle. Sus escamas entendían, asimilaban el tacto de plástico y el metal, de los contornos romos y el calor de su cuerpo prismático y ronroneante, mantra gatuno, que surgía de su interior desmontado y montado con extrema minuciosidad e infinidad de veces, revelando sólo a los elegidos el secreto oculto del silicio y la electricidad.

Lo que empezó como terror acabó en amor. El engaño del mundo, la creencia falsa de la vida “ahí fuera”, lo había empujado a la fe ciega en aquella máquina y su poderosa conexión a la red. Podía entrar en sitios donde nadie más podía entrar, haciendo volar las contraseñas, desencriptando archivos cifrados, borrando sus huellas, burlando a los rastreadores de los guardianes, mientras tantas y tantas puertas se cerraban tras de sí.

Cada paso restringido habilitado, cada aplicación conseguida, cada avatar agasajado, cada juego superado, lo alejaban más y más tanto de aquel mundo en el que había sufrido la incapacidad de respirar como del plan de fuga original. Se sentía como pez en el agua cuando navegaba, podía nadar, podía sentir la libertad de moverse en un espacio que no lo ignoraba. Ahora era feliz sintiéndose arropado por todos aquellos que eran como él y lo acompañaban en su viaje submarino al interior de la red.


1 comentario

eightiesfan04 dijo...

pero por qué este post está aquí? es un jueguecito tuyo??