Quedamos allí con una amigos que nos lo recomendaron... y que llegaron media hora tarde. La entrada fue horrible, pues, si bien no había gente cuando llegamos a la una y media del mediodía, empezaba a llenarse.
Los camareros se hacían la picha un lío. Nos atendió uno que nos indicó una mesa pero que, mientras nos hablaba, dejó pasar a una pareja que se quedó con ella. Luego, nadie nos prestaba atención, nos quedamos esperando como pasmarotes en mitad del local, tuvimos que apartarnos porque uno salía cargado con cajas,... bueno, al final nos atendió uno que parecía el jefe de camareros, un tipo que gesticulaba y hablaba de manera muy afectada, como vocalizando en un logopeda, pero que era mucho más eficiente que el resto y nos ofreció una mesa al momento.
No obstante, entraba y entraba más gente, y el número de mesas libres menguaba. Afortunadamente, el tipo fue majo y, después de preguntarnos si realmente iban a venir nuestros cuatro acompañantes, no nos insistió más. Pedimos para beber y unas bravas mientras llegaba, a paso de procesión, el grupo demorado. Como el ejército en cualquier episodio del Equipo A, llegaron cuando el plato de bravas tocó la mesa. Las mesas, como las de cualquier chupiguay que se precie actualmente, son rústicas de madera.
Son especialistas en vermut (la bebida) y en tapas. El vermut, opinión de la mesa, es excelente. Recuerdo que el camarero histriónico nos intentó dar una clase de Historia acerca de la receta que utilizaban ellos para el vermut, de Reus, y recuerdo también que nos importó lo que viene a ser un bledo o mierda. Las tapas iban de pasables a muy buenas. Sobre los buñuelos de bacalao y las croquetas de jamón (redondas como pelotas de ping pong) no cantaré ninguna oda. Las bravas a mí no me hicieron ni fu ni fa. Los calamares rebozados a la andaluza y los huevos estrellados con chorizo sí que son dignos de unas buenas estrofas. Y el atún a la plancha tampoco se queda atrás.
El problema son las cantidades minúsculas. Hay ese punto en la línea del tiempo en que una muestra gratuita de queso en el supermercado se convirtió en cantidad suficiente para una tapa de casi 5€. Pides unas bravas y te ponen un bol para que coma un Yorkshire. Pides croquetas y te sirven cuatro. Pides albóndigas y te sirven tres. Un ménage à trois de albóndigas flotando en un cuenquito de aceite... ¡y no hay pan! Te lo cobran a precio de palomitas de cine, te intentan meter una clase de Historia sobre el puñetero vermut y no son para poner una triste cesta de pan, cuna de nuestra civilización. Qué triste es darle la razón a Torrente en aquello de «Chinita, ¿y el pan?».
En fin, la comida y el vermut, bien, pero que yo no haría cola para entrar en este local. Salimos a 16€ por cabeza.
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