Tan premiado, tan cacareado,... como Bécquer, más allá de las fronteras patrias, es un cómic más. No quiero que quede como un mal tebeo pero no es un cómic consistente.
Josep Busquet y Pere Mejan, dentro del panorama español, son muy originales. No sólo crean tramas donde mezclan elementos muy distintos sino que buscan maneras nuevas de narrar con viñetas.
La revolución de los pinceles (2008) pudo ser un soplo de aire fresco pero no es un trabajo redondo ni mucho menos. El libro relata la serie de acontecimientos que desembocaron, en un siglo XVIII alternativo, en la confrontación entre los ilustradores de tebeos y sus mecenas. Esta ucronía es una idea similar al No me dejes nunca (The left gang bang) de Jason, donde Hemingway, Joyce y otros intelectuales afincados en el París de los años 20 se dedican a hacer cómics.
No obstante, este planteamiento pierde fuelle. Busquet no sabe conducir la trama. Llegada la revolución por la libertad del Arte, estampa tan grandilocuente como vaporosa, no hay interés ni tensión. Pasa como podría haber pasado un tren de Renfe: el lector ha tenido que soportar una espera tediosa para que la máquina no sólo llegue a destiempo, sino que encima apenas se detenga en el andén. Y la resolución es decepcionante porque queda claro que no tienen respuesta para el dilema que plantearon.
También he leído, aunque se vislumbra, la obra es un dardo contra cierta gran editorial y sus tejemanejes. Desgraciadamente, los guiños que hay a autores y editores reales se me escapan, perdiendo parte de la gracia.
En el plano gráfico, el estilo caricaturesco de Mejan me gusta, y cabe decir que su evolución durante los cuatro años que separan La revolución de Jirón Negro (2012) se notan y se agradecen. Su estilo anterior era muy sucio. No ayuda tampoco que la edición de Dolmen sea bastante mala. En Jirón Negro, afortunadamente, el dibujo no sólo es más limpio sino que conserva la fuerza, la expresividad y el encanto de este comienzo, fresco pero irregular.
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