Fue la primera película de la maratón de Sitges de 2014 en el Retiro donde no hubo ningún peliculón. Fue la que más gustó, sin dificultad.
El argumento es simple: el mundo se acaba en doce horas. El final trae consigo una muerte horrible. Muchos se suicidan antes para no sufrirla. James tampoco quiere sentir nada cuando llegue el momento y se obsesiona por llegar a una macrofiesta donde emborracharse y drogarse.
Tal planteamiento parece digno de una peli adolescente con Jonah Hill pero, afortunadamente, no es así. De camino hacia la fiesta, James se encuentra con situaciones donde deberá decidir qué hacer, cómo obrar. ¿Realmente ya no importa nada? ¿Va a cerrar los ojos e ignorar lo que sucede?
La historia es una reflexión sobre dónde queda la ética cuando no queda esperanza alguna de supervivencia. No es un guión de arte y ensayo. Es introspectiva pero tiene muy buen ritmo. Sirve también para darse cuenta cuán ininteligible puede ser el acento australiano.
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