Girlhood de Céline Sciamma


Girlhood, cuyo títul orginal en francés en Bande de filles (Pandilla de chicas), bien podría haberse titulado Chonificación en español. Bromas aparte, Sciamma vuelve a demostrar tras Tomboy que es una grandísima directora a quien, en mi opinión, se le siguen resistiendo los finales.

Marieme es una chica negra residente en los suburbios de París, esas Ciudades Badia inmensas que rodean la capital del buen gusto y, por lo visto, la segregación racial. Repletas de inmigrantes con menos futuro que un sobre en la puerta de Génova 13, donde la cultura de servir al hombre domina, la callada adolescente ve cómo la última puerta para salir del gueto se le cierra. Entonces, conoce a Lady, Adiatou y Fily, tres chavalas que hacen los que le da la gana y en cuya amistad encuentra la libertad que le falta.

Esto podría ser un argumento más de adolescentes soeces comportándose como matones que, en realidad, son guays o, por el contrario, un dramón de tomo y lomo, una catábasis al peor de los infiernos. Pero Schiamma sabe de cine. A lo largo de una calma e introspectiva mirada sobre la el desagraciado paisaje de la banlieue, enseña cómo la presión del barrio condiciona el comportamiento de sus residentes, cómo las mujeres no sólo tienen la obligación de tener una actitud agresiva para defender su posición en la jerarquía sino, además, deben ser modelos de decencia y virtud. Deben ser las más fuertes pero, a la vez, las más amables y solícitas.

A Marianne esta situación la asfixia y nadará a contracorriente para escapar de ella. El problema es que, al igual que Tomboy, no cierra bien el círculo. Hay un mensaje claro, la lucha, pero la trama naufraga, va a la deriva a partir de cierto momento. Es un punto y aparte que la divide en dos para... no añadir nada. Lo mismo hubiera dado que estuviera esa parte final o no. Se alarga la película para no mostrar nada esencial porque todo lo que era necesario decir ya ha quedado más que sobreentendido. Esta última parte parece más necesidad de la directora que de la película.

Por suerte, pese a que no haya ninguna medalla dorada en la meta, el recorrido es puro talento, perfectamente medido y cuidado: las luces, los colores, la composición de los planos, los silencios, el vestuario (diseñado por la propia Schiamma), la interpretación de las jóvenes (todas ellas actrices noveles), la banda sonora de Para One (música electrónica muy bien utilizada),... Todo me ha maravillado y me ha mantenido en vilo. Lo disfrutas porque estás viendo algo que no es plano, algo cuya ejecución ha sido pensada y repensada para acertar, para ser arte.

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