¿Cuánto hace que me compré Dingo Romero de Lucas Nine en el Continuará de Barcelona? Ediciones de Ponent ya había cerrado y la tienda tenía una buena pila en stock y los vendía bien baratos. Deben tener un almacén enorme porque siempre tienen columnas de tebeos descatalogados por doquier.
Recuerdo que me lo llevé a casa porque el estilo me pareció brutal: dibujos a partir de manchas de tinta china como brochazos violentos de un Pollock enloquecido, una mezcla de las Pinturas negras de Goya, los retratos grotescos de Francis Bacon y un etílico Día de los Muertos mexicano. No había visto nada igual en viñetas.
No sólo es gráficamente denso. También el lenguaje está muy trabajado, con el plus de tener muchos americanismos, adaptándose a la pronunciación. Lo leía y lo dejaba, hasta que se quedó finalmente relegado a una estantería. Cuando este 2017 me topé con El patito Saubón de Carlos Nine, tanto el apellido como el estilo surrealista y deforme me recordaban a algo que no llegaba alcanzar.
Carlos Nine falleció en julio de 2016 y, como siempre sucede tras las necrológicas, su obra resucitó. Saubón mezcla a Disney con Dalí y Krazy Kat de Herriman. Cada cuadro es una montaña rusa de líneas curvas oníricas y sexuales que, de no ser del color, sería tan difícil de seguir como la obra de su hijo.
La locura combinatoria de estilos y referentes, además del apellido Nine, finalmente me devolvió a la memoria a Dingo Romero, que se había escondido con su fino lomo crema en una de las baldas frente a mi escritorio. Me lancé a por ellos empezando por el progenitor, no por el dictado de la cronología sino por la legibilidad.
La edición española de Saubón parte o replica la original argentina de 2016, cuyo prólogo es impagable. Define al personaje como "un pato militante comunista [que,] percibiendo que su sueño revolucionario es cada vez más lejano, se dedica a vender cepillos puerta a puerta para seducir a las esposa de los burgueses y convertirse en un amante desaforado".
Toda una declaración de intenciones: nos vamos a poner cafres. Y así es. Tiene toques de novela negra, de bajos fondos, con zoomorfas mujeres-objeto y peligrosos machitos irredentos. No se aleja demasiado de esta actitud la obra de su hijo, en la que un cuatrero mexicano, en este caso un perro salvaje y no un pato, se dedica a matar y a violar todo lo que le aletea cerca.
Las historietas del sobón Saubón fueron publicadas por primera vez en la revista Fierro (1989) en blanco y negro, y no fue hasta su publicación en Francia que fueron coloreadas. Hay viñetas de composición vertiginosa, donde la silueta de los personajes se deforma y funde de tal manera que, sin el color, debe de costar bastante descifrar.
Así, enfrentados únicamente a la tinta sobre el papel, hay dibujos de Dingo Romero donde todavía no sé qué estoy mirando. Sumado a la dificultad del lenguaje utilizado en ambas obras (aquí, mexicano; en la del padre, giros porteños), he tenido que releer las páginas de Lucas Nine para no quedarme con cara de salvapantallas.
Afortunadamente, es un esfuerzo que merece la pena en ambos casos. En este tándem familiar no hay quien dé una palabra por inútil. Todas forman parte de una composición poética más propia de la literatura que de los bocadillos de un cómic, una deliciosa jerga que tanto complica como enriquece la lectura de unas ilustraciones que cortan el aliento.
Son innovadores, consiguen crear un universo con sus propias leyes y su propia lógica. Es casi inverosímil la calidad que destilan, cómo abren la visión del lector ofreciéndole cosas nuevas. Son dos trabajos como la copa de un pino que son un premio para la vista y para la imaginación. Un hermoso y envidiable desfile de talento, una genealogía de genios.
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