Me regalaron por sorpresa El muchacho silvestre de Paolo Cognetti. No había oído nunca hablar del libro ni de su autor. Es una novela breve publicada por la editorial Minúscula, especializada en libros de pequeño formato, pero con un tamaño de fuente fantástico para leer.
El relato gira entorno a la experiencia de un joven escritor que se marcha a un refugio de pastores en los Alpes para escapar del bloqueo creativo en el que se encuentra. Sinceramente, este planteamiento me asustó un poco, pues creí erróneamente que sería la típica historia de artista atormentado por una desgracia que ya muchos quisieran para sí: poder coger un año savático sin precupaciones.
La narración se aleja de esta autoflagelación acomodada para hablar de la montaña y de la gente que vive en ella trabajando: en los pastos en verano, y en las pistas de nieve en invierno. Paolo Cognetti conoce bien ese mundo de naturaleza adversa pero reconfortante soledad, y evita todo bucolismo. Transmite a la perfección la paz estoica de la montaña y los montañeros.
Intercala muy bien la rutina diaria del protagonista con sus lecturas, desde famosas como Walden de Thoureau o Hacia tierras salvajes de Jon Krakauer, a otras menos conocidas igualmente relacionadas con el aislamiento y la naturaleza como son los poemas de Antonia Pozzi y la obra de Mario Rigoni Stern, escritor, soldado y alpinista.
En este sentido, El muchacho silvestre es un libro de descubrimiento no sólo para su personaje, sino para el lector, tanto por esa mirada calma y sin idealizar del monte, como por las variadas citas literarias. Es un placer breve, relajante e iluminador.
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