Autorretrato sin mí de Fernando Aramburu


Leer La lluvia amarilla de Julio Llamazares no es camino fácil. Más bien es lo totalmente opuesto, de una intensidad desbordante que obliga al lector a detenerse para tomar resuello. Necesitaba una obra paralela con la que descansar sin detener el buen ritmo que llevaba este año. Elegí mal. Acabé encontrándome con dos fichas de parchís que no me dejaban pasar.

Patria es una novela de cuyos elogios apenas se puede escapar. Su prestigio es tan grande como el imponente tamaño del volumen editado por Tusquets. Llegué a pensar que tenía como 1200 páginas, pero no llega a las 700. Si hubiera sido diez años atrás, me hubiera lanzado a escalar esa montaña. Ahora, escasa como es la concentración y el tiempo, quise hacer una primera incursión.

Me topé con la bonita edición de Autorretrato sin mí en una librería de Barcelona y me dejé encandilar hasta el punto de pedir a mi madre que me lo regalara por Navidad. Estaba convencido, por el título y el primer texto, que me entretendría. Me creé una idea totalmente distinta de lo que después encontré. Y no hice más que bajar escalones hacia el pozo de la decepción.

El mayor inconveniente de pedir con vehemencia un libro, agravado si la persona que cumple tu deseo es un ser querido, es el sentimiento de deuda. A medida que mi capacidad lectora ha mermado, he aprendido a abandonar libros. No tengo ni quiero malgastar las horas ni los minutos en un festín cuyo aperitivo se me está atragantando.

Autorretrato sin mí es un compendio de recuerdos donde el autor se sincera. Se aleja de la cronología de la autobiografía para navegar, remando con prosa poética, de una isla a otra de su memoria. Plasma sus decisiones, deseos, miedos; une las piezas del rompecabezas que lo atan a lugares y personas que ama y que lo definen con sus contrariedades y flaquezas.

Esta descripción se aleja mucho, como un barco que se hunde mar adentro, de la idea que se formó en mi cabeza a raíz de la frase que encabeza la obra. "Habito desde que nací en un hombre llamado Fernando Aramburu". Todo el primer texto, acorde con el título, juega con esta conciencia ajena que convive (o sobrevive) dentro del escritor.

Uní los puntos, como diría Steve Jobs, y me monté mi propia película. No di ni una. El comienzo me pareció algo tan millasiano que me acordé de lo mucho que disfruté con Tonto, muerto, bastardo e invisible y su manera tan original de presentar la vida del personaje. Tras volver a las páginas de esta novela de mi adolescencia, constato que los estilos no tienen nada que ver.

Me volvió también al paladar el sabor de un plato más reciente, de hace unos cinco años. Flecha del tiempo de Martin Amis es otra obra breve y original, que juega con el recurso literario de la conciencia duplicada. Incluso la dispensación del relato en pequeñas píldoras de dos páginas despertó en mis neuronas una débil conexión con Me acuerdo del siempre genial Perec.

El cúmulo de orgasmos bibliófilos creó una montaña que no hizo más que ahondar la depresión que tenía impresa en papel entre las manos. He leído reseñas para intentar discernir si no he visto algo que se me ha pasado por alto. Y volví a confirmar que la crítica literaria no me sirve de nada, pues soy incapaz de confiar en quienes nos han traicionado tantas veces por el cheque.

Igualmente, seré cauteloso. Me limitaré a decir que no me ha gustado. La prosa me ha parecido anodina, llena de lugares comunes, en ningún modo sorprende ni cautivadora, rozando o ahogándose en la cursilería más empalagosa. Los recuerdos carecen de interés, y me han llegado a repatear tanto que el volumen entero parece una insufrible e interminable captatio benevolentiae.

Tenía la ilusión de que tanta ñoñería terminara con una gran broma, que todo Autorretrato sin mí, que tiene "mí" para aburrir literalmente, no fueran más que mentiras puestas en un fila una detrás de la otra; que Aramburu no viviera en Alemania, ni estuviera casado, ni sus padres hubieran fallecido; que fuera orgulloso, despreciativo, soltero, putero, cocainómano, independentista catalán.

Encarar Patria se hace más duro ahora. De hecho, la he borrado de la lista de pendientes. Ya no llega ni a terraplén, y abismarme a sus páginas se me pinta como un precipicio por el que no quiero despeñarme. Me duele ya no ser capaz de ver la calidad que todos los periódicos pintan. Mermado o mediocre, le doy la espalda. Ya tengo suficiente con trabajar cuarenta horas a la semana.

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