Vi este cómic protagonizado por el personaje favorito de mi cuñada y me dije: "Buen regalo de Navidad". Y luego al dependiente: "No me lo envuelvas que me lo voy a leer antes". Un poco feo, ¿no? En mi defensa diré que el de la tienda fue el primero que me lo sugirió. Y si el vendedor te desliza esa oferta de este tipo, uno presume que el delito valdrá la pena.
Harley Quinn: Cristales rotos tiene una guionista inesperada y una grata sorpresa en la mesa de dibujo. No esperaba a Mariko Tamaki porque la tengo más asociada (en tándem con su prima Jillian) a novelas gráficas de corte más intimista (Skim, Aquel verano). Luego, viendo sus trabajos anteriores, descubro que antes de esta historia larga ya había sido guionista de Tomb Raider, Supergirl y She-Hullk.
A Steve Pugh lo conozco de Hotwire, una serie futurista de policías y fantasmas que tiene más de británica que de estadounidense, con regusto a 2000AD pero, sobre todo, con unas páginas que se te cae la mandíbula al suelo. Si bien aquí la línea cobra más protagonistamo que en Hotwire, es demencial el talento que tiene en sus dedos.
Este reboot del origen de Harley Quinn contradice bastantes planteamientos anteriores, como su primer encuentro con el Joker y su relación con él. Las incongruencias no son tales porque, según he leído, esta es otra de los infinitos comienzos posibles dentro del multiverso de DC. Sea como sea, poco importa que se tenga en cuenta lo anterior si podemos disfrutar de un buen relato.
La verdad, comparado con Aquel verano, Cristales rotos es plano a más no poder. Los personajes no tienen profundidad alguna. Los buenos son tan buenos que tienen hasta huertos ecológicos, y los malos tienen tanto miedo de salirse del cliché que se esfuerzan en soltar de carrerilla la lista más predecible de cosas odiables en el siglo XXI.
Harley Quinn es feminista y está empoderada. La renovación de su relación tóxica con el Joker es más que necesaria. Su amiga Poison Ivy es negra, ecologista y vegana. Hay sororidad y empoderamiento sin contradicciones. El planteamiento es maniqueo como la justicia de un adolescente, obviando la fuerza de sus convicciones pero exacerbando su ingenuidad.
El librero, sin duda, me tangó. O realmente a él le impresionó. No sé cuán rompedor puede resultarle al lector asiduo del género redescubrir a la ayudante del villano más carismático y temible de DC renacer de este modo. El apartado gráfico es impecable, como cabría suponer de Steve Pugh, pero el guion queda lejos de la complejidad emocional de otros trabajos de Mariko Tamaki.
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