La primera novela de Sayaka Murata, Jyunyū (Lactancia materna), ganó en 2003 el Premio Gunzo para escritores noveles. Diez años después, recibió el Premio Yukio Mishima por su octava novela Shiro-iro no machi no, sono hone no taion no. En 2016, su décima y hasta la fecha última novela se llevó el prestigioso Premio Akutagawa.
El título de la novela es Konbini ningen. Konbini es como llaman los japoneses a las tiendas abiertas las 24 horas (por la adaptación y abreviatura del inglés convenience store), y donde suelen vender todo tipo de comidas preparadas, refrescos, y revistas. Ningen quiere decir persona, creando una especie de monstruo mental en el que se fusionan el ser humano con el edificio.
En español, ha sido traducida como La dependienta, perdiéndose tal vez ese matiz que en inglés han intentado mantener como Convenience Store Woman. Aunque es novela breve de menos de doscientas páginas y de fácil lectura, Murata sabe clavar el cuchillo en el hueso de la sociedad nipona, la cual solemos tratar de estrafalaria pero que acostumbra a ser un reflejo exacerbado de las taras de Occidente.
Desde niña, a Keiko Furukura le ha costado entender la sociedad en la que vive. Muchos malentendidos y situaciones incómodas son fruto de sus problemas para leer las situaciones. No sabe cómo comportarse con el resto de personas y eso la convierte en un ente extraño. Por suerte, a los dieciocho encontró un trabajo en una konbini, donde sólo tenía que ceñirse al manual.
Cómo contestarle a los clientes, qué decir si un producto se ha agotado, cuándo ofrecer su ayuda. Todo viene en el libro. Ella se amolda perfectamente a esa realidad dentro de la caja de cristal donde repone, limpia, cobra, prepara las comidas, memoriza los precios, prepara las ofertas,... Pero el tiempo pasa deprisa, y lo que en su juventud parecía razonable, con treinta y seis ha dejado de serlo.
Nadie entiende que con esa edad no tenga hijos, ni pareja, y que siga trabajando por horas en una tienda. Si aquí, que nos consideramos muy laxos, tenemos expresiones como "se te va a pasar el arroz" para juzgar a las mujeres sin descendencia que han pasado los treinta y pico, en Japón, donde ser útil a la sociedad es un mantra, es un estigma.
Keiko ha tenido que mentir, fingir una enfermedad que no le permite llevar otro tipo de vida. Pero un día todo se trastoca y empieza a ver las reacciones de sus amigas, de su familia y de sus compañeras de trabajo. Aunque la sociedad liberal erige el individualismo como su mayor valor, queda claro que uno sólo puede ser un individuo si sigue las reglas establecidas.
Como otros textos de la literatura japonesa, La dependienta hace gala de un estilo muy directo y desnudo, sin florituras. No por ello es una lectura superficial. Tanto el pensamiento de la protagonista como el conflicto al que se encara son perfilados con claridad. Me ha recordado al rechazo con el que se encuentra Yeonghye en La vegetariana, obra de la surcoreana Han Kang.
Si debo ponerle algún pero, ha sido la traducción. Los textos japoneses en español suelen no ser perfectos en este sentido. Aquí he encontrado ciertas construcciones extrañas, como adversativas que no deberían serlo, o términos que deciden traducirse frente a otros que no. Aparte de estos pequeños traspiés, es la lectura ideal para reflexionar sobre los engranajes de nuestra sociedad.
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