El Studio Ghibli más japonés: Pompoko, Mis vecinos los Yamada y El cuento de la princesa Kaguya

Pompoko (Heisei Tanuki Gassen Ponpoko, 1994)

Fallecido en 2018, Isao Takahata es el director de la infancia de muchos nosotros. Heidi, Marco o Ana de las Tejas Verdes nacieron fruto de su trabajo. Fue el alma de Studio Ghibli junto a Miyazaki, y aportó un relato más realista y arraigado a las tradiciones de su país que el de su compañero de trabajo. Pompoko, si bien se aleja del realismo de la dolorosa La tumba de las luciérnagas y la introspectiva Recuerdos del ayer, es un recital de folclore japonés.

Con el título original de Heisei Tanuki Gassen Ponpoko (literalmente, La guerra de los tanuki de la era Pompoko), Takahata habla de cómo el crecimiento urbano ha conllevado la destrucción de la naturaleza. A diferencia de las zonas rurales, las ciudades rompen la armonía entre el hombre y su entorno, relación importantísima dentro del sintoísmo y de cualquier religión animista. La historia es narrada a través de un grupo de tanuki, en sus numerosos intentos por salvar su bosque.

Aunque traducido como mapache, el tanuki es una especie distinta. Este error ya da cuenta de lo difícil que es entender muchas referencias de una obra tan japonesa. Las escenas en que el animal estira su escroto parecen salirse del tono de la fábula, pero tienen todo su sentido dentro de la tradición, incluso imitando pinturas famosas. La película resulta entretenida al principio, pero acaba haciéndose larga, rematando en un final que busca la concienciación antes que el autoengaño feliz de Disney.


Mis vecinos los Yamada
(Hōhokekyo Tonari no Yamada-kun, 1999)

Aunque Pompoko contiene grandes dosis de comedia, su trasfondo es agridulce. En un cambio de estilo radical, buscando el humor, la simplicidad y el estilo caricaturesco, Takahata creó Mis vecinos los Yamada. Es una adaptación del manga Nono-chan (1991-1997) de Hisaichi Ishii. El cómic es un yonkoma, es decir, una tira cómica de cuatro viñetas que bien pueden presentarse en vertical o en cuadricula.

Uno nunca pensaría en Stugio Ghibli al verla. El minucioso dibujo es remplazado por una línea más suelta y desenfadada. Su trama no es un relato completo, sino diferentes historias cortas, anécdotas, de la familia protagonista. Desnuda de argumentos ecologistas, antibelicistas o feministas, ni siquiera repite las temáticas estrellas que ha divulgado el equipo a lo largo del mundo gracias a sus trabajos anteriores.

Es un entretenimiento ligero, que, pese a todas las diferencias, no se aleja de la línea costumbrista de Takahata. En taquilla no funcionó demasiado bien, y está considerada como uno de los primeros fracasos del estudio. Tiene detalles buenos, pero no es un pasatiempo para partirse el pecho. Cualquier episodio de Shin-chan lo supera en carcajadas. Eso sí, la versión japonesa de la canción Que sera, sera se despide del espectador dejándole una sonrisa en la cara.


El cuento de la princesa Kaguya
(Kaguya-hime no Monogatari, 2013)

El nacimiento de los hijos de los Yamada parodia dos cuentos tradicionales como son el de Momotarō y la Princesa Kaguya. Este último se convertiría en la obra que pondría el punto y final en la trayectoria del aclamado director, un adiós que más de un animador soñaría con tener. Recuerdo que, a diferencia del resto, esta la disfruté en el cine. Llena de ternura y una delicada tristeza, me maravilló sin saber quién estaba detrás de ella.

La historia de la princesa Kaguya, también conocida como El cuento del cortador de bambú (Taketori Monogatari), narra cómo un campesino encuentra a una niña diminuta rodeada de un halo dorado dentro de un tallo de bambú. Él y su mujer, un matrimonio pobre sin hijos, deciden criarla. A partir de entonces, diferentes sucesos convencen a los ancianos del origen divino de la chica, lo que los llevará a buscarle un príncipe con quien contraer matrimonio.

Takahata deseaba conectar emocionalmente con el público, por eso utilizó un estilo sencillo, cercano a las acuarelas de los cuentos. La película trata de cómo las malas decisiones de los padres pueden afectar a los hijos y de cómo la sociedad oprime a las mujeres bajo imposiciones absurdas, motivos que conducen al amargo desenlace. Enarbolando una vez más el valor de una vida sencilla frente a la opulencia innecesaria, el artista japonés se despidió de todos nosotros para siempre.

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