El último cómic de Jan alejado del universo de Superlópez se titula Se busca personaje... o Súper Rayón... o Los mogollones de Lukas. Esta identidad trigémina se debe a la excepcional naturaleza de este álbum. Y es que sus primeras once páginas fueron creadas en 1981. Estuvieron cerradas en un cajón durante cuarenta años hasta que una pandemia mundial las sacó de nuevo a la luz.
El tedio provocado por el confinamiento hizo girar la llave de la cómoda. Jan decidió continuar aquella historieta a modo de entretenimiento sin saber si sería publicada o no. Según explica en el prólogo, también había un deseo de "no dejar las cosas a medias". Sería la recién nacida editorial DQómics la que, en su afán por rescatar obras olvidadas, decidiría abrir su catálogo con el experimento.
La trama se inicia con una oferta laboral en la que "Se busca personaje". El protagonista que lo está leyendo se encuentra en la misma tesitura que Jan por entonces: en paro. Tras una serie de disparates, se convertirá en la musa del dibujante que puso el anuncio, quien lo convertirá en "Super Rayón", el héroe de un tebeo que comienza dentro del propio tebeo.
El nombre del protagonista le sonará a cualquier lector de Laszivia, la odisea pornoespacial que Jan firmó en 1984 bajo el pseudónimo de Pikágoras. No es coincidencia. Gracias a la escena sexual que aparece en la novena página de las once guardadas en el cajón, el dibujante fue contratado por la revista A tope, donde publicaría por entregas la aventura erótica.
Si los originales incluían una historieta dentro de otra como una matrioshka, con la continuación Jan añade otro nivel, en este caso argumental, titulado "Los mogollones de Lukas". Este es el tercer y último título. Súper Rayón, quien creíamos que iba ser el forzudo protagonista, queda en un segundo plano mientras la luz del foco ilumina a un escuchimizado joven de pelo verde.
Lo que más me admira del resultado es la fluidez con la que Jan consigue hacer la transición de su estilo de hace cuatro décadas al actual. De un trazo más redondeado y minucioso pasa sutilmente a otro más crispado, pero menos recargado. Una composición de página más estática y tradicional se ve desplazada por otra más dinámica con viñetas que se superponen y que no se limitan al rectángulo.
La uniformidad en el color es una de las claves para cohesionar ambos estilos. Su efecto queda patente en las dos ilustraciones de más arriba, que parecen de distinta época pese a pertenecer ambas a la misma. Visualmente, el álbum ha quedado muy logrado. Si bien Jan se excusa en el preámbulo por la bajada de calidad, creo que más de uno desearía llegar a octogenario con su maestría.
La trama, en cambio, es otro cantar. Las primera páginas están llenas de ingenio y risas que se apagan a medida que los diálogos insulsos rellenan los huecos de un errático guion. Como ya ha sucedido en los tebeos de Superlópez, la chispa cómica y fantástica de las antiguas aventuras se hace a un lado para dar paso a las reflexiones y críticas que el autor necesita expresar.
Las mujeres ganan voz y autoridad en las nuevas páginas, en las que también se denuncia la explotación laboral y el tráfico de personas. Es un cambio tan necesario como obligado. De un chiste de 1981 en que un tío asegura no haber matado a su mujer, o una escena de cama del protagonista con una prostituta, pasamos a la figura caducada del machista y a la eficiencia de la capitana de la nave.
El bisturí con el que Jan disecciona la realidad siempre es certero, pero sería hipócrita negar que se añora la sorpresa, el chiste, y la adrenalina de antaño. Se busca personaje / Súper Rayón / Los mogollones es una quimera de cuarenta años que, pese a desinflarse, supone la recuperación de un material inédito magnífico.
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