Desde la cubierta y el título sabemos que no estamos ante un cómic que se contente con ser convencional. Connor Willumsen lo deja claro desde el diseño de su página web. Bradley de él sigue a un famoso y sus pensamientos mientras corre por la ciudad y el desierto de Los Ángeles. En una delirante conversación imaginaria con De Niro, el protagonista mezcla cuestiones existenciales con naderías irritantes.
Con el estilo propio de los monólogos interiores, Willumsen alarga y complica innecesariamente el mensaje que quiere transmitir. Lleno de elipsis, interrupciones y digresiones, la vacuidad campa a sus anchas por todo el libro. Es un cómic confuso y aburrido, sobre todo en su primera mitad. Tuve que empezarlo tres veces porque no conseguía interesarme.
El apartado gráfico exacerba la sensación de caos. Cada página es un abigarrado collage a lápiz donde el orden de lectura no es siempre el esperado. La impureza del grafito emborrona aún más la imagen. A diferencia del relato, sin embargo, la composición de página puede embelesar al lector durante minutos. Hay planchas con recursos visuales sorprendentes e hipnóticos.
La infinidad de detalles de algunas ilustraciones es, a veces, de una minuciosidad enfermiza. Este mismo exceso hace aguas por el lado del guion. Son demasiadas las vaguedades pretendiendo ser reflexiones excelsas. Son lugares comunes tan manidos que la lectura se hace insufrible desde la segunda página. Bradley de él tiene buenos detalles a nivel gráfico, pero su conjunto es de una pendantería infumable.
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