No se debería juzgar un libro por su cubierta y, sin embargo, somos los únicos que tropezamos dos veces con la misma piedra. Cuando vi en la librería Un mes en Tinder siendo mujer gamer de Marina Amores y Daniel Muriel, pensé que se trataría de un relato personal enfocado al público adolescente, y no de una mini investigación sociológica enmarcada dentro de los estudios de género.
En el prólogo ya se me desbarataron las expectativas que traía. Leo: "dentro del contexto de lo que Judith Butler denominaba la matriz heterosexual, ese esquema de inteligibilidad cultural donde se naturalizan las categorías de sexo, género y deseo". Ni esperaba tecnicismos ni un tono tan académico. Por suerte, pese a que este enfoque se mantiene a lo largo de todo el texto, la lectura se simplifica una vez superas el preámbulo.
El libro busca demostrar el machismo existente entre los aficionados a los videojuegos, un sexismo omnipresente en la sociedad, pero especialmente virulento y agresivo aquí si lo comparamos con otros hobbies como, por ejemplo, la literatura. A día de hoy a nadie en Europa le sorprendería que una mujer leyese, ni la cuestionaría para discernir si su interés es sincero o impostado.
El ensayo sigue una estructura precisa. Primero plantea la hipótesis, explica el experimento y circunscribe el marco. Tinder es una aplicación de ligoteo que refleja a la perfección la mercantilización del sexo en la sociedad contemporánea. Diseccionando las entrañas de la app, descubrimos un sistema de gamificación basado en el sistema de puntuación Elo, el mismo que el utilizado en el ajedrez.
Después, muestra los resultados obtenidos durante un mes a través de trescientos chats en que los usuarios interactuaron con el perfil falso de una chica gamer gestionado por los autores. Las conversaciones están llenas de actitudes paternalistas y enjuiciadoras, además de otras más graves que entran en el terreno de la hostilidad y la amenaza.
Finalmente, se exponen las conclusiones. El problema es que, como los mismo autores apuntan, este es un experimento parcial. A pesar de que la totalidad de los comportamientos se presentaron antes del fin del periodo descrito, repitiéndose luego sin aportar información nueva, confiar las conclusiones a un único perfil no sirve para explicar cuál es el origen de las distintas actitudes de los internautas.
No pueden corroborar si la hostilidad es simplemente por ser mujer, o por ser una mujer aficionada a los videojuegos. ¿Cómo hubieran reaccionado sus interlocutores si, en lugar de subir fotos de una modelo dentro de los estándares de belleza, hubieran colgado imágenes de otra fuera del canon? Son dudas que contrastan con el tono formal y riguroso del texto.
Para mí, Un mes en Tinder siendo mujer gamer es un testimonio necesario sobre la hostilidad que las mujeres sufren en redes sociales, algo que la autora Marina Amores conoce bien. Recuerdo los constantes ataques verbales que sufría cuando trabajaba en Eurogamer España, y hasta los intentos de sabotaje del evento Gaming Ladies, creado por ella y dirigido exclusivamente a mujeres.
En lo personal, y vistas las conclusiones, hubiera preferido un escrito más distendido y personal. El inconveniente es que, de haberlo hecho así, sus detractores hubieran tachado sus afirmaciones de particulares, sesgadas y falsas. Esperemos que ahora tengan que rebuscar un poco más en el cubo de las excusas para negar que el machismo imperante. Basta ya de tanta toxicidad destructiva e innecesaria.
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