Esta comedia británica tiene una mala leche monumental. No te partirás el pecho, no es humor evidente. Es sutil y es inglés (o sea, doblemente sutil). No recuerdo reírme demasiado y, sin embargo, recordándola, me parto. Es una serie constante de puñetazos en la boca del estómago, una crítica descarnada y corrosiva al mundillo de la alfombra roja y el celuloide, una tomadura de pelo monumental a sus personajes parecida a esos versos de Nicanor Parra que citaba Bolaño: "Ordeñar una vaca / y tirarle la leche por la cabeza". Nadie se salva. Todos quedan como unos perfectos imbéciles.
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