Escribir una reseña cáustica sobre un libro que no te ha gustado es liberador. Escribirla sobre la obra de un autor que sobrevivió a las dos Guerras Mundiales para luego suicidarse ya no es tan apetecible.
EL AUTOR
Tras su experiencia en la Primera Gran Guerra, Hans Herbert Grimm publicó en 1928 Historia y desventuras del desconocido soldado Schlump del brazo de Kurt Wolff, más conocido por ser el primer editor de las obras de Kafka. Lo hizo bajo seudónimo para evitar represalias por su visión antiheroica del enfrentamiento.
El libro no tuvo demasiado éxito. Fue arrollado por esa maravilla titulada Sin novedad en el frente escrita por el Nobel Erich Maria Remarque. Mientras que Remarque publicó con su nombre y se vio obligado a exiliarse a Suiza y, luego, a Estados Unidos, Grimm decidió no abandonar Alemania durante el auge de Hitler pese a no comulgar con su ideario.
“Se afilió al partido nazi para poder vivir tranquilo” apunta Volker Weidermann en el prólogo. Weidermann es experto en libros quemados por los nazis y fue quien encontró y recuperó ochenta años después el ejemplar de Schlump que el autor había emparedado en su casa. La afiliación que le permitió permanecer en el país sin ser sospechoso acabó, sin embargo, trayéndole la desgracia.
Tras sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial, Grimm no pudo volver a ejercer de profesor por haber pertenecido al partido del Führer. Aunque sus alumnos lo avalaron aduciendo que sus enseñanzas estaban alejadas de la ideología supremacista, y pese a haber desvelado ser el autor de la novela de Schlump, la decisión no fue revocada.
Pudo trabajar como director artístico de teatro durante una temporada antes de que ser enviado a trabajar a una mina de arena. En verano de 1950 fue convocado en Weimar por la autoridades de la RDA. Dos días más tarde, el 5 de julio, de regreso en Altenburg, Hans Herbert Grimm se quitó la vida en su casa mientras su esposa hacia la compra.
Con la perspectiva de la Historia parece sencillo hacer juicios de valor sobre las decisiones de Grimm, si fueron acertadas o no, justas o cobardes, pero lo único cierto es eso, que únicamente “parece” sencillo desde la butaca donde nos encontramos ahora.
EL LIBRO
Impedimenta, la editorial española de Schlump, lo describe así: “Una obra maestra de la literatura antibélica alemana (…) Paródica, antinacionalista, antiheroica, filantrópica, pacifista, pro-francesa, cargada de un humor negro, la obra tenía un irresistible sabor picaresco.”
Pese a los esfuerzos del bueno de Grimm, no sé qué tiene esta novela de “obra maestra” más allá de ser un documento histórico superviviente de la quema de libros que ha sido recuperado. Sus páginas no componen ni un fenómeno editorial ni literario. No encuentro nada en el texto que pueda calificarse de sobresaliente o destacable.
Cogiendo esta descripción uno cree que se va a leer El buen soldado Švejk cuando no es así. El humor es testimonial o demasiado alemán para tener gracia. Su crítica hacia la guerra y el ejército está presente pero es bastante atenuada en comparación a otros relatos, concentrada en breves parlamentos en mitad de la insulsa e inverosímil historia de Schlump.
El protagonista hace honor al proverbio de que todos los tontos tienen suerte. Cada vez que lo hieren de gravedad, despierta en una cama de hospital porque lo han rescatado dos que pasaban por ahí. Cuando, en cambio, la situación es la inversa, no muestra compañerismo alguno y deja a sus camaradas agonizando en el campo de batalla.
Švejk o Paul Bäumer no son así de despreciables. Es más, a diferencia de ellos, Schlump se alista en el ejército por deseo propio pero, una vez en la trinchera, hace todo lo posible por escaquearse, ofreciéndose para ir a la retaguardia o lamiendo culos para ascender. Desea ser un héroe siempre y cuando sean los demás los que se dejan la piel.
Esto no es presentado en forma corrosiva sino desde una irritante perspectiva cándida, como si Schlump fuera un pobre crío del que debemos apiadarnos. Bäumer, el narrador de Sin novedad en el frente, se encarga de dejarnos claro que lo primero que se pierde en una guerra es la inocencia. Todos hemos visto en las noticias los ojos de los niños que han vivido un conflicto armado.
De este modo, el protagonista de la novela de Grimm pasea por la Gran Guerra como quien recoge flores, polinizando toda rosa que se encuentra. Es chocante cómo, estando a cargo de la comandancia de un pueblo francés, las aldeanas no desprecian al soldado alemán sino que quedan prendadas de él. Por increíble que parezca, no lo hacen por comida sino por amor.
Esta narración ideal contrasta fuertemente con otros testimonios de la matanza. El lector camina sobre una tarima flotante falsa, un cuento que sobrevuela apaciblemente los campos minados y los miembros descuartizados. Lo peor es que la historia no consigue tener una entidad propia lo bastante interesante como para olvidar la mucha muerte que se está obviando.
Schlump no brilla ni por las dotes literarias de su autor ni por el enfoque de la trama, mucho menos por la rastrera conducta de su protagonista. Han sido veintidós eurazos que me duelen como puñales.
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