Esta película, un poco salida de la nada, tiene, por lo visto, un serie homónima a sus espaldas que data de la década de los ochenta, aquella época dorada en la que florecieron circonitas como El equipo A, MacGyver o El coche fantástico. No me suena que esta se estrenara en España. Según Wikipedia, sí que llegó a Latinoamérica bajo el nombre de El Justiciero.
En 2014 fue adaptada a la gran pantalla, convirtiendo al superagente británico original en un estadounidense gris en el que convergen la esencia de Ned Flanders, Batman y Bubba de Forrest Gump (lo digo por el dobaje, donde la voz suena algo, ejem, lentita). Sin haber visto la serie, no puedo saber si los cambios han sido todavía mayores.
La peli va de Bob o Robert, interpretado por Denzel Washington, un don nadie que trabaja en un Leroy Merlin de los USA que, por lo visto, esconde un pasado como agente secreto de la CIA o del FBI o alguna de estas que nos espía a través de internet. No queda claro porque el director de bello nombre, Antoine Fuqua, es bastante parco a la hora de desvelar los orígenes del personaje.
No sé si la escasez de datos se debe a que se dan por supuestos debido a la serie o porque se busca imbuir al personaje de un aura misteriosa. Si la intención era que todo este tinglado girase en torno a la fascinación que pudiese provocar el tal Bob, en mi caso no lo han conseguido. El prota es una especie de Bartleby que, en vez de repetir "Preferiría no hacerlo", te escabecha vivo.
Mata proxenetas, corruptos, mafiosos; en definitiva, se carga a la mala gente. Es como el Tío la Vara de José Mota pero en vez de un palo lleva una Black&Decker. Y es de un maniqueísmo feroz. Los villanos son más malos que la tiña y los buenos son tonticos laboriosos y esforzados. Es totalmente la visión de la buena gente que tienen los Republicanos en los EE.UU.
El tema está en que el tipo se cepilla a la peña de manera casi mágica. De repente aparece y te suelta la moralina. Te ríes y le vacilas. Vuelves a mirar y no está. Te giras y está a tu lado haciéndote una llave de jiu-jitsu para enseñarte lo que es bueno. Vale, el tipo puede ser ex agente de la repolla pero hay cosas que son más difíciles de digerir que la entrepierna de Nacho Vidal.
Es prácticamente omnipresente y omnisciente. En vez de a Denzel deberían haberle dado el papel a Morgan Freeman para que hiciera de Dios. En la última pelea le machacan a base de bien una pierna (antes de esto, los matones apenas le habían dado un soplo) y, en la escena siguiente, aparece caminando sin problema. Va de normal pero tiene que ser un X-Men o algo así.
Frente a un personaje que no tiene debilidad alguna, ¿qué interés tiene tanta lucha? Ninguno. Dándose cuenta de esto, supongo, el director debió de decidir meter cosas guapas para que la peñita no se apalancase. Así, se gasta un pastizal en hacer explotar un barco y medio puerto. Lo hace, o sea, con un detalle... con unos efectos especiales... todo a cámara lenta... buf, canela en rama.
Pero, cuando todo acaba, nada tiene relevancia ni lógica. Los fotogramas se suceden ininteresantes como vagones de Renfe pasando por la estación de Moncada-Bifurcación. La última pelea es totalmente macgyveriana. El tío, que no lo había hecho hasta entonces, se pone a hacer inventos con alambres, arena y demás cachirulos que anuncian en Bricomanía.
Luego, tanto que parecía ocultar su identidad, pasa de todo. La gente lo ve en el despiporre de la lucha contra el malo final (que es el actor al que contratan cuando no se tiene suficiente presupuesto para pagar a Kevin Spacey) y, por lo visto, aunque ha matado a la cúpula rusa que traficaba en la ciudad, son detalles sin importancia que no le impiden seguir en su casa de siempre o currar en el Leroy Merlin.
Recomendada para: Kristian Pielhoff
No recomendada para: los que no saben quién es Kristian Pielhoff
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