Rambla 112, Sabadell |
¿Cómo definir este espacio? En su propia web, lo definen así: "La Cullereta és més que una cafetería, més que un restaurant o un bar, és molt més". Merdiano: es mucho más, tanto que ni se sabe. Podría ser un pedazo de m... y ni lo reconocerías.
Me duele hablar mal de este local porque, cuando abrió, fui y comí muy bien. Recuerdo que, aunque tomé un buen bocadillo con bravas, me quedé con las ganas de probar ciertos platos que sólo servían el fin de semana. No pudimos esperar y fuimos al domingo siguiente para llevarnos un chasco.
Sus horarios eran (o siguen siendo, no lo sé) extraños porque cerraban muy pronto. El domingo no tengo claro si sólo abrían hasta el mediodía o, directamente, descansaban. El caso es que, pese a volver más de una vez con mi pareja, nunca probé sus inalcanzables especialidades.
Pasado el tiempo, hoy por fin, un miércoles a las ocho, hora punta para salir de marcha, la persiana permanecía subida. "Qué suerte", pensé antes de entrar, y "Qué desgracia", después de llevar la infame hamburguesa en el estómago y veintitrés euros menos en el bolsillo.
La carta no era la antigua. No era un tríptico sino una hoja amarilla plastificada con una tipografía cuca. Había cuatro tapas (bravas, croquetas), ensaladas y bocadillos. Las descripciones de las foccaccias y hamburguesas ya de entrada resultaban poco atractivas.
Con el camarero no acabé de conectar. Parecía el colega fumeta que te invita a dormir en su casa sobre un colchón maloliente tirado en el suelo como si te hiciera un favor. Le señalamos dos hamburguesas y una ensalada y tuvo que repetir los tres platos para memorizarlos.
Mi hamburguesa "crujiente" era una sosada. El bacon crepitaba más bien poco y el cheddar era una plasta entre los dos insípidos y machucados bollos de pan. Cuando nos dijo que el acompañamiento eran nachos, no pensé en doritos del Sorli con sobredosis de queso en polvo y salsa de pimiento color flema.
La hamburguesa de mi pareja tampoco estaba para tirar cohetes aunque tal vez sí para poner una bomba. Contra toda lógica, llegó antes la carne que la ensalada, un pasto digno de cualquier cocinillas: bolsa de brotes verdes, también del Sorli, tomates cherry cortados, tres anchoas y vinagre balsámico.
Todo, con dos Aquarius, una cerveza y una agua (había que hidratar la garganta para deslizar cuello abajo el emplasto de cheddar) salió por unos hirientes 23 euros. El camarero-colega nos preguntó si nos íbamos ya, si no queríamos postre. "Quedaos a dormir, tengo un colchón. De verdad, no me importa".
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