Estació 40, Sabadell |
Versión breve
Es un local que, en su página web, afirma: "Cuina d'autor, mediterrània, saludable i gustosa".
Versión extendida
Hace un año estuvimos en el Brisac y no había estado del todo mal la experiencia. Es un restaurante caro pero en el que ofrecen menús asequibles. Aquella vez pedimos un menú de tapas. La presentación de cada bocado era original y el sabor, correcto. Recientemente, hemos vuelto a ir para probar el menú de mediodía, que cuesta 15,60€. Por el precio, uno espera algo con nivel pero nos encontramos con un desnivel que conducía a un precipicio lleno de zarzas y puntiagudas estrellas Michelin.
También se espera una sonrisa. Creo que la única comisura levantada fue la del recepcionista al entrar. Fuimos los primeros porque habíamos llegado demasiado temprano, a la una y media. Cuando nos sentamos, todavía estaban regulando el hilo musical que, muy acertadamente, aglutinaba los grandes éxitos del pop a un volumen suficientemente audible. Nos sentaron en una mesa junto a la pared donde pudimos entretenernos contando los desconchones del bonito edificio histórico mientras esperábamos.
Estas pequeñas imperfecciones quedaban disimuladas bajo una colección de cuadros horripilantes que me recordaron a unos de Pablo Picasso cuya estética nunca he llegado a apreciar debido a mi falta de formación en la materia. Cuando todavía estábamos intentando discernir a qué corriente pictórica pertenecían, cubismo o containerismo, llegó el camarero cuyo impasibilidad se confundía entre la más estricta formalidad y el asco más rancio. Antes del menú, nos ofreció unas deliciosas olivas y un cóctel en copa de champán similar a un granizado de limoncello.
De primero pedimos un plato de pasta con salsa de foie y otro de salmorejo con jamón. La pasta era una especie de rigatoni gigante con sabor a Super Aspitos: no sé si los conocéis, son ese snack de aperitivo compuesto por dos bastones gigantes de maíz muy ricos. El salmorejo, por su parte, no destacaba por la riqueza y frescura de sus sabores sino por el toque fuerte y áspero del aceite con el que lo había regado. El jamón que habían puesto por encima era crudo y a tacos, similar al que viene en los paquetes de Hacendado.
De segundo pedimos pollo con salsa de gambas y salmón al vapor. El pescado tal vez estaba hecho al vapor aunque, por alguna razón, habían decidido servirlo en un plato hondo nadando en una balsa oleosa como si se tratase de un pececito en plena ría durante la tragedia del Prestige. El pollo con gambas estaba saladísimo y sólo era posible distinguir los crustáceos del ave por la forma. No pude evitar acordarme de aquella escena de la película Blackthorn donde Noriega huye de sus asesinos a través del majestuoso desierto de Uyuni: demasiada sal para tan escaso talento.
De postre tomamos un brownie con chocolate blanco y piña con zumo de lima. La piña estaba troceada a triángulitos como en la frutería de los chinos de la calle Tres Creus pero aderezada con un chorrito de limón. Si bien la de los chinos es más dulzona porque está muy madura y no le sentaría mal, la del Brisac era más ácida que el propio limón. La presentación también era sosa, todo lo contrario que el pollo. Podían haberle puesto unas hojitas de menta tal como habían hecho con el resto de platos, decorados con una hierba semejante a un trébol diminuto pero sin el componente de la suerte.
El encuentro con el pastel fue curioso porque parecía un bizcocho reseco. He probado tartas de Santiago más jugosas. Sin ánimo de ofenderm confieso que es el primer brownie que veo que no es oscuro, que no parece tener chocolate. El sabor, evidentemente, confirmó la ausencia de cacao. Mi pareja no dejaba de preguntarse: "¿Pero cómo se puede hacer mal un brownie?". El topping de perlas de Milkybar era lo único que destacaba en las papilas gustativas como un turista escandinavo en una playa de Benidorm en invierno.
Nos hubiéramos quejado pero el camarero nos ignoraba con mucho arte y no sonreía ni que lo colgaran de dos anzuelos. Esperábamos que el recepcionista nos preguntara qué tal había estado todo para largar nuestro malestar pero tuvo el detalle de ausentarse del mostrador nada más vernos, cediéndole el cobro al jovial camarero. Nos marchamos como unas castañuelas repiquetenado en la entrepierna. Por si a alguien le interesa, a pocos metros está el Duuo, que tiene sus cosas pero se come bien y sales con la novia bien borracha.
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