Esta novelita de apenas 120 páginas ha sido elogiada por autores de la talla de Cortázar, García Márquez y Octavio Paz. Borges llegó a calificarla de "perfecta". Pero también Chris Ware y Daniel Clowes elogian a Jeffrey Brown... Ha sido una pena que este relato haya supuesto una decepción en mi diario de lecturas, en lugar de una satisfactoria conquista.
Si tan grandes nombres la han calificado de buena, yo no me voy a poner en contra, pero tampoco voy a mentir. Entré en la historia sin saber nada, ni siquiera el género, y todo me resultó muy confuso. El relato empieza in media res y, a través de una voz agitada, vamos descubriendo qué ha conducido al protagonista-narrador a esa situación de gran estrés en la que se nos presenta.
Si no quieres saber detalles de la trama, lo mejor es que no sigas leyendo. Mi disgusto vino por el caos en la narración, que me causó una desorientación similar a mi primera lectura de Pedro Páramo. En la novela de Rulfo, sin embargo, la prosa me incentivó a atacarla una segunda vez, lectura previa de un prólogo muy clarificador, y acabé cautivado.
Aquí, no. La voz narrativa se me hace empalagosa y caótica. Un fugitivo huye a una isla donde se oculta de las autoridades de su país. Un día, aparece un grupo de visitantes, de turistas, sin que se sepa ni cómo ni cuándo han llegado. El protagonista se esconde en los pantanos del islote para que no lo descubran, pero empiezan a suceder cosas extrañas.
La narración busca sumir al lector en el estado de incertidumbre en el que vive el prófugo. El problema, para mí, es que ir dando tumbos de un lado a otro sin poder situarme ni atar cabos me ha cansado y me ha aburrido. Hasta el último tercio no se destapa qué sucede y es una explicación que descoloca si antes uno no se ha informado de que este libro es un relato fantástico.
La novela bien podría haber servido de inspiración para la serie Perdidos (Lost). A diferencia de la creación televisiva, el libro no me ha atrapado. Las ochenta páginas hasta que se descubre el pastel se me hicieron largas y nada interesantes. El enamoramiento del protagonista me parece latinoamericanamente exagerado y cursi, inverosímil y trillado.
El giro o los giros finales no me parecieron extraordinarios. Las explicaciones me resultaron bastantes tontas. Se profundiza más en la confusión del narrador que en la reflexión entre realidad y ficción. Cuando llega a la conclusión de que, como en la infausta Perdidos, la respuesta a la alta entropía de nuestras vidas es el amor, uno sabe que le han vuelto a tomar el pelo.
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