Vodafone-Ono, la gestión pésima y el oligopolio de la telefonía en España


Trabajo desde casa online y dejé Jazztel porque me tuvieron una semana y media sin conexión. Con ONO obtuve más velocidad, pasé de 20 a 100 megas, pero seguí teniendo microcortes en la red. A los microcortes y fluctuaciones de velocidad acabé resignándome porque: uno, visto lo visto, dos de los mayores operadores en España no eran capaces de dar nada mejor; y dos, la conexión por cable era lo suficiente estable para las tareas que realizaba y para el streaming de Netflix.

El problema llega cuando la conexión dejó de garantizarme la conexión por cable. Desde el 10 de agosto, tanto el Wi-Fi como Ethernet sufrían, ya no microcortes, sino tajos que podrían degollar a un búfalo: cinco minutos, quince minutos, una hora sin acceso a la red. Subidas por FTP canceladas, películas a medio ver. De brazos cruzados sin poder trabajar, perdiendo el tiempo con el contestador automático de Vodafone.

Agosto es el mes en que la gente suele pedirse vacaciones. Tardaron en venir a arreglar un amplificador que no funcionaba, pero dado lo que vino después, fueron unas flechas. Después de trastear con él sin resultados, decidieron cambiarlo por otro. Aquella misma noche, la supuesta reparación ya daba señales de ser una ñapa. Varias llamadas de queja por mi parte y volvieron a enviar más técnicos a mi casa para comprobar el funcionamiento del router.

Las tres veces que vinieron constataron que los niveles de potencia que llegaban no eran correctos, que el amplificador no estaba bien configurado y que eso estaba provocando los cortes. Y las tres veces me dijeron que reportarían la incidencia a los técnicos de redes. Ninguna de las tres veces vino nadie. Las dos primeras no insistí porque me confié, y la tercera empecé mis vacaciones. Así que nos plantamos en el 20 de septiembre y el problema persiste.

Una cuarta vez llamo y realizo el mismo oneroso proceso de escuchar a la máquina parlante de Vodafone, y otra vez vuelven a conectarme con un servicio externalizado en algún país de Hispanoamérica. Pero esta vez insisto más. Telefoneo machaconamente, me pongo en contacto directamente con el departamento de bajas (donde los telefonistas tienen ya acento peninsular), sigo quejándome y, finalmente, el 23 de septiembre viene un técnico, me cambia el enrutador y, tras reconfirmar que el problema es de red, llama a un técnico de redes que, esta vez, sí que viene y soluciona el problema.

Los niveles de la conexión aparecen por primera vez dentro de los parámetros normales. ¿Se acabó la tortura, entonces? No. Ese mismo viernes hay una tormenta eléctrica y algo dentro del router nuevo explota, con un fuerte estallido y un sutil aroma a quemado. El aparato está conectado a una regleta con fusible, donde también están mis dos ordenadores, mi impresora y mi lámpara. Sólo se ha estropeado el router. ¿Por defectuoso? ¿Acaso una subida de tensión que ha llegado a través del cable coaxial de internet? Si es así, no tenía ni idea de que las subidas de tensión pudieran llegar por ahí también.

Todo el fin de semana llamando al servicio técnico como quien se golpea la cabeza contra una pared. Siempre el contestador, siempre un telefonista de ultramar. Y las respuestas: que si es una avería general, que si pronto la solucionarán. Y yo: que el puto router ha explotado, joder, que no funciona, que hay que cambiarlo. Y las réplicas: que el técnico vendrá el sábado, que sin duda el domingo en la puerta de su casa. El lunes telefoneo y, al otro lado, acento ibérico, peninsular.

Me dice, nuevamente, que era un incidencia en la red; y yo, que el enrutador está caput. «¡Ah! Pues un momento... que esto está mal». Por lo visto, habían marcado la incidencia como problema de red y no reemplazo de router. Me lo cambia. Cuál es mi sorpresa cuando, a las tres de la tarde, se presenta el técnico y me dice que iba a venir por la mañana, pero que le habían cancelado la petición previa. ¿Quién entiende nada ya? Queda claro que las anotaciones, si acaso se dejan alguna, no les quedan claras a los propios operadores. Queda claro que la comunicación en Vodafone es un desastre.

Le pregunto y le insisto al técnico para averiguar qué ha sucedido: cuál es el problema en la red y por qué ha "petado" el enrutador. No tiene ni idea, como todos en esta empresa. Si Kafka estuviera vivo hoy, trabajaría en una compañía telefónica y escribiría sobre ello. Tras esta última visita, no sé después de cuántas, la cosa parece que mejora lentamente. No es hasta el segundo día que las intermitencias desaparecen, pero la velocidad se queda atascada a la mitad de la contratada. El tercero, afortunadamente, los niveles de potencia del router se mantienen dentro de unos parámetros correctos y los test de velocidad indican la máxima tanto de bajado como de subida.

¿Se habrá solucionado, por fin? ¿Volverán las oscuras golondrinas? Chi lo ... El mayor problema de todo esto es que el cliente se tiene que joder sí o sí. Porque, ¿dónde me voy? ¿Vuelvo a Jazztel, que dejé porque me tuvieron semana y media sin conexión, teniendo que currar desde casa de mi madre, con el consecuente engorro de tener que configurar un portátil viejo con todo el software que necesito?

La otra opción que me queda es Movistar, a la que me niego por la manera en que se llevó a cabo su total privatización, a dedo y por cuatro perras, después de la cantidad enorme de dinero público que se invirtió en ella. A parte de estas tres, en mi zona sólo hay operadores móviles virtuales (OMV), que dependen de las redes y técnicos del triunvirato del mal. Pepephone será de toda confianza pero sólo ofrece hasta 20 megas.* Y es que tras la compra de ONO por Vodafone y de Jazztel por Orange, el pastel ha quedado repartido en un ménage-à-trois mafioso y nauseabundo.

Una mierda, sin duda, una mierda como un cortijo.

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* Ahora me entero que MásMóvil compró Pepephone en abril y Yoigo, en junio. El 28 de septiembre se anunció que el director ejecutivo Pedro Serrahima abandonó Pepephone.

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