Recién vista, y deprimido por recordar lo que no deberíamos olvidar pero necesitamos ignorar para que no nos cueste la salud mental, La gran apuesta habla del administrador de fondos Michael Burry, el corredor de divisas Mark Baum (álter ego de Steve Eisman) y de los jóvenes inversores Charlie Geller and Jamie Shipley. ¿Suena poco emocionante, no?
Burry predijo el hundimiento del mercado inmobiliario de 2007 con dos años de antelación, viendo como las hipotecas subprime eran activos tóxicos que arrastrarían todo con ella porque los endeudados no podrían pagar el dinero. Entonces, Burry decidió apostar en contra del mercado hipotecario, dado que iba a hundirse, y aprovecharse de ello.
El título español hace referencia a esa apuesta, que también hicieron Baum, Geller y Shipley cuando se enteraron. En inglés es The Big Short, que parece un oxímoron (literalmente, "el corto grande") pero que, en realidad, hace referencia a short selling (venta corta), que es en lo que consistió la estrategia de Burry.
Al avistar el hundimiento financiero, el administrador estadounidense a la cabeza de Scion Capital se lanzó a comprar swaps (o permutas financieras) sobre bonos hipotecarios, en concreto, CDS (credit default swaps, o permutas de incumplimiento crediticio). En otras palabras, compró coberturas de riesgo: él haría unos pagos periódicos a los vendedores (los bancos) mientras estos acordaban que le pagarían en caso de que el subyacente (los bonos hipotecarios) fallase.
¿Cómo pudo colársela? Esos bonos sólo fallan si millones de estadounidenses dejan de pagar y eso no había ocurrido nunca todavía. Las hipotecas eran considerados los valores más seguros. Nadie desconfiaba de ello. Era como si Burry les propusiera pagarles por cada día que alguien llevara pantalones y los bancos sólo tuvieran que pagarle en caso de que la gente dejara de comprar tejanos.
Las actuaciones son buenas. Ahí en medio de Christian Bale, Steve Carell y Brad Pitt está Ryan Gosling, que además de narrar la historia interpretando a Jared Vennett (Greg Lippmann en la vida real), guarda una posición ambigua, pues no sabemos de qué bando está. Entre todos, consiguen que este thriller financiero mantenga al espectador en vilo aunque sepamos cuál es el desenlace de todo: la crisis actual.
Cabe decir que la peli es rara. Tiene por momentos un ritmo extraño y unos movimientos de cámara que no sé si buscan provocar desasosiego intencionadamente o, simplemente, están ahí por los loles. Además, si uno repasa la filmografía de su director, Adam McKay, puede ver que todo lo que ha hecho son comedias con Will Ferrell. ¿Raro, no?
A mí me ha enganchado y me ha dejado muy mal cuerpo. Y no sólo por el hijoputismo de los sociópatas que pergeñaron esto (y no me refiero a los protagonistas, que en realidad se aprovecharon de ello pero no lo promovieron), sino por una de las frases finales. ¿Sabéis en qué se dedica a invertir la Scion Capital, la empresa de Burry? Agua.
No sólo ninguno (o casi ninguno) de los ladrones financieros que gestaron esta tormenta de mierda y miseria siguen incólumes, sus entidades privadas rescatadas con dinero público y sus cuentas corrientes en constante crecimiento, sino que su codicia no piensa detenerse y tiende sus garras hacia un recurso esencial que volverá a costar la vida de muchísima más gente en el planeta.
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