Todos muertos (All Shot up) de Chester Himes


Todos muertos (All Shot up, 1960) es una novela del escritor afroamericano Chester Himes. En esta nueva entrega, sus dos detectives estrella Coffin Ed Johnson y Grave Digger Jones deberán intentar solucionar dos casos que aparentemente no tienen nada en común: el atropello de una anciana y el doble asesinato frente a un bar, "uno de ellos blanco".

Este último detalle es crucial en las novelas de Himes: la problemática racial de los Estados Unidos. Vemos detalles aparentemente menores que crean tensiones y que pueden llegar a cambiar las tornas de una situación. Ante ellos, el narrador no lloriquea. Simplemente, sus personajes demuestran que están hasta las pelotas, que no se van a amedrentar, y aquí está mi pistola.

Sus novelas y sus protagonistas son tan duros como tópicos. Hay drogas, hay putas, chaperos, ladrones, chivatos, comida sureña y una violencia descontrolada. No en vano, en 1970 fue llevada al cine su novela Cottom Comes, una de las iniciadoras del movimiento cinematográfico Blaxploitation. Himes lleva las situaciones al extremo, al puro exceso, y mientras lo hace se ríe de ello.

Porque el humor no queda apartado de la ecuación. Hay escenas ridículas y momentos absurdos, maridos infieles acongojados por sus mujeronas, policías zopencos y médiums travestis. Unos ingredientes que podrían estar produciendo novelas entretenidas (esta lo es), pero no necesariamente brillantes (esta no lo es).

No me interesa demasiado el género policiaco y, pese a ello, su inconclusa y póstima novela Plan B (1993) me encantó. Con Plan B, Himes no sólo puso toda la carne en el asador: arrojó a las llamas la verdura, el pescado, la nevera, los muebles, la casa entera. Comparada con ella, esta es ingenua y comedida en su crítica, en su desprecio hacia la segregación.

Sin duda, treinta años de distancia cuentan. En Todos muertos disfrutamos viendo los elementos que harán grande su obra póstuma. Es bueno leer los trabajos menores de grandes escritores que se hicieron a sí mismos a base de oficio. Roberto Bolaño escribió verdaderas mierdas, y ahora está donde está a fuerza de haber dado el callo.

No quedará como una de mis favoritas, pero no me cabe duda que guardaré las imágenes esperpénticas que regala al lector. Cuando uno cree que ya todo ha terminado, un camión se estrella contra una iglesia mientras un motorista decapitado surca los cielos. Himes aprendió a escribir en la cárcel y estaba de vuelta de todo. Para muestra, un botón.

Memorial de Chester Himes en Moraira (Alicante)

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