Alita: Ángel de combate, película y manga


A diferencia de Ghost in the shell, Alita sí me convenció. Porque Scarlett Johansson no daba físicamente para el papel de Makoto, ni su interpretación se ajustaba al mismo. No es que Rosa Salazar haga mucho mejor papel, si es posible juzgar algo detrás de tanto CGI, pero lo cierto es que el personaje encaja con el del cómic.

Alita es un cíborg ultrapoderoso con el cerebro de una adolescente. Es frágil, pero aprenderá a hacerse fuerte. No hay otro modo de sobrevivir en su despiadado futuro. Encontrada entre los desperdicios del vertedero por el doctor Ido, médico cirujano de robots, es reparada y reanimada, pero perdiendo su memoria en el proceso.

La película es adrenalínica, y los efectos especiales realmente impactan en la retina del espectador. Sobre todo, cómo obviarlo, por el rostro de su protagonista. Robert Rodríguez consigue lo imposible: mantener las proporciones del manga, con sus ojos desmesuradamente enormes, y que no se vea ridículo ni estrambótico.

Salí del cine encantado por el buen producto de entretenimiento que es. Me impulsó a leerme la obra original de Yukito Kishiro. Si bien la historia primigenia se publicó entre 1990 y 1995, el éxito hizo que tuviera continuación: Last order, de 2000 a 2014, una secuela que reescribe el desenlace original, y Mars Chronicles, de 2014 hasta día de hoy, que trata del origen de Alita.

La calidad del dibujo progresa de manera inversamente proporcional a la coherencia de su guión. Si el arte es cada vez más exquisito, la trama se torna más absurda. En Last Order, se alcanzan cotas difícilmente digeribles. Tanto es así que lo abandone harto de rollazos metafísicos sin pies ni cabeza (un déjà vu me trajo a la memoria el Cerebus de Dave Sim).

El manga se disfruta visualmente, y, al comienzo, también su historia, pura ciencia ficción distópica. Hay escenas de crueldad infinita que chocan, en fuerte contraste, con la sensibilidad expresada por los personajes. Hasta el último robot asesino es, en el fondo, un alma torturada. Kishiro no da descanso al lector. Es una pena que, tras tanto sufrimiento, malogre el resultado.


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