Animación que me enamora: El niño y la bestia, y Kubo y las dos cuerdas mágicas

El niño y la bestia
(Bakemono no Ko, 2015)

La tenía en el listado de pendientes de Netflix, ese fondo perdido donde caducan las licencias, y perdí la oportunidad. Por suerte, pasó al catálogo de Amazon Prime Video, donde todavía está. Posee una animación maravillosa y una historia extraña pero hermosa.

No sabía que su director era Mamoru Hosoda, padre también de La chica que saltaba en el tiempo. Si bien aquella me pareció aburridísima, está me ha embelesado. Es cierto que, a la mitad, hay un cambio de tono muy brusco, pero la obra consigue mantener atrapado al espectador.

Un crío vagabundo de Tokio consigue acceder a un mundo fantástico lleno de bestias antropomórficas. Allí, un oso cascarrabias se convertirá en su maestro y, pese a las riñas constantes, juntos forjarán una amistad a prueba de bombas.

El tono relajado de comedia del principio dará paso a otro más dramático donde el chico, ya adolescente, se enfrentará al dilema de volver al mundo de los humanos. Esta búsqueda por saber a cuál de los dos universos pertenece, por suerte, no detendrá la acción.

La frustración del antagonista, que ha ido apareciendo a lo largo del metraje, llega a su límite. La batalla entre ambos ofrecerá imágenes imborrables. Hosoda consigue su lado más introspectivo en la trama, sin que esta se detenga o decaiga. El clímax del final es de una belleza terrible.


Kubo y las dos cuerdas mágicas
(Kubo and the Two Strings, 2016)

Como no podía ser de otro modo, también vi esta películas a las puertas de su despida de Netflix. No la conocía, pista de su pobre paso por las salas de cine, pero me alegro de conocerla ahora. Su diseño de personajes y su historia me han parecido preciosos.

Aunque ha sido filmada utilizando stop-motion, gran parte del tiempo se siente como un largometraje de animación en 3D. La razón es que, aunque al principio de cada fotogramas hay una marioneta articulada, no escatiman capas de CGI en posproducción.

El estudio Laika, casa de Coraline o El alucinante mundo de Norman, ha utilizado diversas técnicas para perfeccionar las figuras y agilizar su proceso de elaboración, desde la fotografía estereoscópica, hasta el corte con láser, la impresión 3D o el prototipado rápido.

Kubo ha crecido con su madre, cuya memoria está repleta de brumas. Un día, sin embargo, el pasado regresará para recordarles de donde vienen. Al más puro estilo de los cuentos clásicos orientales, el protagonista iniciará su aventura aompañado de una mono y un escarabajo gigante.

Encandilado visualmente, y gratamente sorprendido por algunos detalles poco habituales, la historia me gustó. Alejada del río continuo de bromas habitual de las taquillazos, ha sido tachada de aburrida. En mi caso, empecé con ella de fondo, y acabé dejando lo que tenía entre manos para disfrutarla.

¡Qué alegría disfrutar de películas así!

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