La trinchera infinita


La nueva película de los directores de Loreak y Handia convierte el actual confinamiento en un juego de niños. Las pataletas de muchos buscando excusas para sacar al perro ocho veces al día son más vergonzantes tras conocer el encierro de Higinio, su protagonista.

Al igual que muchos otros, se vio obligado a vivir escondido durante la Dictadura para seguir viviendo. Su pasado en el ayuntamiento durante la República lo condenó. De modo muy inteligente, las dudas acerca del pasado del personaje no se resuelven, dejando en un limbo qué implicación tuvo en los actos que le atribuyeron.

Sin tomar un bando en la contienda, se analiza la herida psicológica y emocional que supone un encierro de tal calibre. Los llamados "topos" del franquismo llegaron a estar ocultos en desvanes, pasos subterráneos o salas emparedadas durante décadas. Basada en la vida de Manuel Cortés Quero, ex alcalde del municipio de Mijas, la película apenas guarda puntos biográficos en común.

El dúo actoral formado por Antonio de la Torre y Belén Cuesta hace un trabajo excelso. Belén Cuesta lo borda en cualquier papel. Posee un dominio absoluto de la comedia y el drama. Es capaz de añadir, en un relato tan opresivo, una nota de humor en torno a la voz del caudillo que ofrece al espectador un pequeño respiro sin romper la tensa atmósfera que los rodea.

De la Torre, como era de esperar, no se achica ante la interpretación de su compañera. Sólo con su rostro y su mirada transmite a la perfección el miedo, la ira y la impotencia de un hombre condenado a existir en las sombras. Su condena se proyecta en tal pánico al exterior que llega a afirmar que enclaustrado en su zulo "no se está tan mal".

Vemos cómo la relación entre ambos se erosiona. Del amor inquebrantable del comienzo a los reproches injustos del final. El sufrimiento es compartido. Él es un prisionero dentro de su propia casa, pero ella vive obligada a fingir de puertas para afuera, asustada de que alguien los descubra, mientras dentro debe encarar la ira de un marido al límite de la paranoia.

Si algo se puede reprochar a los personajes es culpa del guion. Parece misión imposible filmar una película española en la que no se folle, por extremas que sean las circunstancias. También se debe señalar el fuerte acento malagueño que pone el actor. Nosotros tuvimos que poner subtítulos porque nos costaba mucho entenderlo.

Son dos horas y media que no aburren pero que, en la situación actual, se hacen duras. El final no firma concesiones y deja al público con el deseo de una gran escena esperanzadora, que nunca ve la luz. Como reza el título, la trinchera es infinita.

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